Ibai Azparren
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad

Memorias del Hotel Tugra

Hace un año, escribía para GARA desde Estambul, donde se gestaba una nueva misión de la Flotilla de la Libertad. El objetivo era tan claro como arriesgado: llevar ayuda humanitaria a una Gaza cercada por aire, mar y tierra, y denunciar el bloqueo impuesto por Israel que, todavía hoy, sigue asfixiando a la población del enclave palestino.

En aquel momento, el paso de Rafah ya estaba cerrado y la comida llegaba a cuentagotas. En la parte asiática de Estambul, en concreto en el puerto de Tuzla, 5.500 toneladas de asistencia humanitaria aguardaban en los buques Akdeniz, Conscience y Anadol, listos para partir rumbo a Gaza. Pero las intensas presiones diplomáticas de Israel, sumadas a la ambigüedad calculada del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan mantenían la misión encallada.

Cada tarde, activistas, políticos y personal médico de 30 nacionalidades debatían en el Hotel Tugra estrategias para poner en marcha la misión. Ubicado en el distrito de Fatih, el Tugra es un modesto hotel de gama media-baja, frecuentado por viajeros con presupuestos ajustados. Fue allí, entre sorbos del infaltable té turco, donde conocí a palestinos con décadas de exilio a sus espaldas, a cirujanos cardiovasculares marcados por su paso por Gaza, y a ex coroneles estadounidenses que ejercían de instructores de resistencia no violenta —si se permite la paradoja—.

También había periodistas de los que aún merece la pena aprender y que, al caer la noche, se convertían en compañeros de fatiga con quienes compartir unas cervezas y un kebab tras las maratonianas jornadas informativas del IHH, ONG turca que coordinaba la iniciativa.

De todo el personal, recuerdo gratamente a Pili, Agus y Mikelon, la delegación vasca con la que compartí esperas, frustraciones y hasta algún momento de euforia que por breves instantes me hicieron olvidar mi condición de periodista.

Los barcos nunca zarparon y el Tugra se fue vaciando; ya no quedaban tazas de té sobre las grandes mesas del vestíbulo, y la sala de reuniones se transformó en un espacio de celebraciones ajenas. Aun así, los tres aceptaron cargar con el marrón de concederme una entrevista. Pese a la desazón, Mikelon, con una sencillez aplastante, me dejó dos cosas claras: que volverían a intentarlo y que lo importante era seguir denunciado el genocidio de Israel sobre Palestina. Tras el ataque a la Flotilla con drones israelíes del viernes, no voy a mentir: le noté frustrado. Pero adivinen qué dos cosas volvió a decirme.