Takiji Kobayashi, la hoz y el martillo en papel
‘Kanikosen. El cangrejero y otros relatos proletarios’ (Satori, 2025) recoge ejemplos de la obra de este escritor japonés que convirtió su inspiración literaria en un apéndice de una lucha política que le llevó a la clandestinidad y a una prematura muerte tras su paso por dependencias policiales.

La idea de que esa llamada ‘aldea global’ en la que habitamos, y sus innumerables e inmediatos modelos de comunicación, ha significado una efectiva democratización en los usos adquiridos, en la práctica supone poco más que una mera entelequia. Si nos centramos en el ámbito literario, las tradicionales restricciones mercantiles siguen reproduciéndose y castigando al anonimato a aquellas latitudes ajenas a la ‘dictadura’ anglosajona. Por eso, editoriales como Satori y su denodado esfuerzo por acercarnos, lejos de estereotipos pintorescos, la cultura japonesa es tan admirable como minoritario. Bajo su auspicio, la figura de Takiji Kobayashi (1903-1933) vuelve a rugir de nuevo en busca de hallar un altavoz que propulse el eco de su reivindicativa escritura.
Activismo literario
Representante de ese perfil de artistas que convierten su expresión creativa en el reflejo de su propia biografía, el autor japonés extendió su militancia, visible en primera fila de las luchas obreras desatadas en pleno proceso de modernización del país a lomos del capitalismo, a las páginas de sus libros, alimentando su tinta de unas experiencias que le llevaron a la clandestinidad y a un periplo por estancias policiales que, a sus treinta años, acabaron con su vida por la represión y torturas sufridas en una de ellas.
Una traslación de la actividad política al hecho narrativo que queda encarnada perfectamente en ‘¿Cómo escribir historias? Método para escribir una novela’, un breve ensayo a modo de carta abierta a aquellos aspirantes a oponerse al mero disfrute burgués. Su propia andadura se vierte en una lista de recomendaciones que son un llamado para hacer del realismo, señalando el necesario aprendizaje de la mirada costumbrista de Dickens, Balzac o Victor Hugo, un método para alisar el terreno y priorizar el contenido frente a la forma, siempre subordinada a la transmisión de un mensaje emancipador.
Características y consejos que se agruparán de manera talentosa en la obra más significativa que el autor japonés ha legado a la historia, ‘El cangrejero’. Un escrito que adopta ese lazo indisoluble prendido entre el estilo y su esencia, condición que, si tiene su primera influencia en el humanismo esgrimido por el grupo Shirakaba, se convierte en un afilado estilete al entrar en contacto con el realismo socialista, expresado por Vladímir Mayakovski o Máximo Gorki, y el no menos vociferante retrato asociado a Upton Sinclair. Parámetros artísticos sobre los que estructurar un trazo que, sin embargo, no puede ser aislado de la brutal represión que, tras las elecciones en 1928, el gobierno infligió a los comunistas. Circunstancia que situaba a Takiji Kobayashi como uno de los objetivos principales de las autoridades y que al mismo tiempo espoleaba la percepción de que su deber social habitaba en paralelo la calle y el papel.
El grito de los bajos fondos
Tomando como punto de partida, o mejor dicho de llegada, la rebelión a bordo de un barco pesquero, convertido en factoría móvil gracias a la laxitud de las leyes en busca de engordar la saca de las grandes empresas, esta breve novela acumula como principal valía radiografiar el progreso encarnado por la tripulación hacia una toma de conciencia de clase. El afán descriptivo, conciso pero clarividente, de ese entorno y el propio escenario favorecen que su formulación por igual se sitúe como un trasunto lumpen de Joseph Conrad y sinónimo del lenguaje cinematográfico de Serguéi Eisenstein.

Factores asociados a un tiempo determinado pero que sin embargo son el reflejo de todo un mecanismo global de explotación que alude incluso al presente. Porque el bigote mesado por el patrón, el intento de acallar la explotación bajo un anestesiante sentimiento patriótico o el reclutamiento de las clases más marginales con el fin de facilitar condiciones miserables, son por desgracia variables válidas por cualquier época. Constantes a las que deberíamos aprender a sumar, y ese es el llamamiento que encapsula la obra, la atronadora capacidad que ostenta el colectivo cuando se encomienda a una meta compartida.
Cartografía de la lucha obrera
Sin abdicar en absoluto de dichas premisas, el publicado volumen aporta otros relatos, más limitados en extensión, que sirven para enfatizar su mensaje pero también para completarlo y ampliar su versatilidad, incluso en lo que compete a un estilo que pese a su asunción como herramienta política no queda encorsetado y se muestra bajo una llamativa flexibilidad que logra una naturaleza especialmente atractiva para el lector, aptitud que redunda en la proliferación de su objetivo comunicador. Porque si ‘Perros que matan a la gente’ es un escueto pero expeditivo y visceral episodio de la inhumana ferocidad del engranaje capitalista, ‘Gentes del distrito, aquellos que legan la llama’ significa una radiografía, especialmente consistente y visual, que se vale de diversos personajes para configurar la situación del proletariado y la necesidad de la acción sindical. Una instantánea capaz de arrogarse el abrazo solidario con los desposeídos y de enarbolar la lucha conjunta.
Aunque ‘Celda’ sea el ejemplo más discordante en cuanto a la línea oficial de los escritos compilados, incluso simbólicamente el personaje principal elude ciertas doctrinas del “partido” en cuanto a verse sometido a las pasiones afectivas, su carácter por momentos casi cómico y de lenguaje vulgar se significa como un original acercamiento al enclaustramiento carcelario, al que convierte en un microcosmos ‘placentero’, con el ánimo de desposeerle de su razón de ser subyugante, donde desplegar también, a modo de códigos cifrados, la actividad militante. Una pirueta con destino a demostrar que ni los barrotes más férreos pueden silenciar las gargantas cuando se hermanan para entonar ‘La Internacional’.
El trabajo hecho por la censura y la persecución que buscaba acallar la voz irredenta de Takiji Kobayashi en su momento ha sido completada en décadas posteriores por un silencio cernido sobre el legado del autor. Ahora, en ese constante intento por reavivar su figura, este volumen significa el encuentro con una escritura que significó un tentáculo más de quien dio su vida, literalmente, por buscar un futuro alejado del yugo explotador, alguien que mantuvo erguido su puño en alto incluso cuando blandía la pluma.

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