Periodista

Kargil, un reducto chií proiraní en Cachemira al pie del Himalaya

El 76% de los 150.000 habitantes de Kargil, una región aislada de Cachemira con inviernos gélidos y montes de 7.000 metros, sigue el credo musulmán chií y, en su mayoría, secunda a los ayatollahs iraníes. En la capital, son constantes las referencias a la teocracia iraní, a sus líderes y mártires.

En la página anterior, en las calles de Kargil hay referencias constantes a los ayatollahs iraníes. Bajo estas líneas, Sajjad Kargili, de la Alianza Democrática de Kargil.M. F. I.
En la página anterior, en las calles de Kargil hay referencias constantes a los ayatollahs iraníes. Bajo estas líneas, Sajjad Kargili, de la Alianza Democrática de Kargil.M. F. I.

En la región de Kargil, en la Cachemira ocupada por India, existe una pequeña comunidad que sigue el credo duodecimano chií y que, desde el triunfo de la revolución islámica en 1979, apoya al régimen de los ayatollahs de Irán. Así, con devoción, cada año en Kargil se conmemora la figura de Ruhollah Jomeini en el día de su fallecimiento o se festeja la fecha en la que Ali se convirtió en el cuarto califa del islam. Además, cuando ocurren eventos que afectan a la soberanía de Irán, los vecinos toman las calles para mostrar su apoyo a Teherán: ocurrió tras la muerte de Qasem Soleimani, el mítico general fallecido en 2020 en un bombardeo estadounidense en Irak, o tras el reciente ataque de Israel-EEUU a la República Islámica. En ambos casos, el viernes, tras el rezo más multitudinario, descargaron su ira contra Washington y Tel Aviv.

«Irán apoya los derechos de los oprimidos y lucha por su dignidad contra el poder más cruel de la Tierra, que ha asesinado a miles de personas inocentes en Palestina, Yemen o Líbano. Es Israel el que ha atacado la soberanía iraní», sentencia el activista político Sajjad Kargili.

«Hay 54 países islámicos y la comunidad chií ha sido la más oprimida en ellos: en el Irak de Saddam Hussein; en el Irán que tuvo un shah cercano a Israel; incluso en India, bajo los regímenes mogoles. La represión profunda en múltiples regiones es la razón principal por la que los chiíes comparten el mismo sentimiento de indignación en todo el mundo», añade Kargili, que en 2024 apoyó la candidatura electoral de Mohmad Haneefa, quien obtuvo el único diputado al que tiene derecho Ladakh, región formada por Kargil, de mayoría chií, y Leh, de mayoría budista.

Kargil es una región montañosa extensa y despoblada en la que el 76% de los 150.000 habitantes son chiíes. Además de la capital, encaramada a montes en los que algunos edificios amenazan derrumbe, decenas de aldeas desperdigadas brotan en el valle del río Suru, dominado por los picos Nun y Kun, de más de 7.000 metros de altura.

DISPUTA HISTÓRICA INDIA-PAKISTÁN

En esta región de inviernos gélidos que obligan a cerrar carreteras y pasos de montaña, más allá de la ira controlada contra Israel y EEUU, reina la calma: no hay violencia desde 1999, cuando esta zona sufrió su último conflicto en la disputa entre India y Pakistán, y los habitantes lamentan que las fronteras de facto en Cachemira hayan dividido a miles de familias de Kargil y Baltistán.

Cachemira lleva en disputa desde la partición de India y Pakistán en 1947. En 2019, India abrogó la autonomía de Jammu y Cachemira, y extirpó la región de Ladakh. Si bien en Jammu y Cachemira la mayoría de la población abrazó el islam suní en el siglo XIV, en Ladakh, la mayoría conservó el credo budista que caracterizó a esta región. Fue en el siglo XV cuando Kargil comenzó a acercarse al islam chií: sufíes y santones de la región histórica de Jorasán inspirados por Syed Mohammad Nurbakhsh llegaron a Baltistán, en la actual Cachemira paquistaní, para luego expandir sus enseñanzas en Kargil. Sin embargo, recoge Radhika Gupta en el artículo “Experiments with Khomeini's Revolution in Kargil: Contemporary Shia networks between India and West Asia”, fue a partir del siglo XVI cuando Kargil abrazó definitivamente el chiísmo duodecimano gracias a la influencia de Mir Shamsuddin Iraqi. «Nuestras familias eran seguidoras de una religión tradicional de esta geografía: la de bon. No obstante, poco a poco, se fueron convirtiendo al budismo. Formamos parte del histórico pequeño Tíbet, y siempre hubo lazos entre Ladakh y Lhasa, que era nuestro centro religioso», recuerda Kargili. «Entonces la religión estaba marcada por el rey: si este elegía un credo, el pueblo lo seguía también. Dos reyes lucharon entre sí y, más tarde, se inspiraron en esos santos sufíes chiíes que predicaban la esencia misma del budismo: a no mentir ni pelear; a ser humilde y bondadoso», añade.

CORRIENTES IRANÍES E IRAQUÍES

Desde el siglo XIX, los clérigos de Kargil han acudido a formarse a Oriente Próximo, a las escuelas teológicas de Irán e Irak, aunque históricamente la referencia más influyente fue la ciudad iraquí de Nayaf. Por ello, en Kargil, desde el centro religioso y social Escuela Islamia, establecido tras la partición de India y Pakistán, los clérigos expandieron la visión nayafí.

Sin embargo, tras el auge represivo sobre los chiíes en Irak en la década de 1970 y, sobre todo, tras el éxito de la revolución iraní de 1979, los chiíes encontraron en Irán un nuevo centro de referencia, y clérigos kargilíes descontentos empezaron a competir con Nayaf, sobre todo desde la organización Imam Khomeini Memorial Trust, establecida tras la muerte de Jomeini, en 1989, por dos clérigos que abandonaron la Escuela Islamia.

Fue entonces cuando la situación empezó a cambiar en el ámbito social: la tradición conservadora nayafí, siempre susceptible a los cambios, dejó paso a la visión renovadora jomeiniana, que apremia a abrazar la modernidad, educarse o permitir una mayor participación de la mujer en la vida pública y que destaca por el concepto del guardián de la jurisprudencia o velayat-e faqih, que estipula que la máxima autoridad religiosa vela también por el liderazgo político.

«Cuando apareció un ayatollah chií que empezó a desafiar a las potencias mundiales, al imperialismo de EEUU e Israel, los chiíes le apoyaron, aunque no lo conocieran», explica Kargili sobre la figura de Jomeini. «Además, el pensamiento chií no tenía ningún centro de poder, a diferencia del cristianismo, que tiene el Vaticano, o el islam suní, que tiene La Meca y Medina. Por eso, cuando el ayatollah Jomeini comenzó a hablar del Estado o de la Constitución, los chiíes sentimos que teníamos alguien que nos representara», añade. Y aclara: «Nos une la fe. Nuestra identidad es la chií, pero no debería ser la de Irán, ya que nosotros somos indios».

IMPRONTA DE JOMEINI

El auge de Jomeini obligó a los elementos tradicionalistas de Kargil a adaptarse a las nuevas demandas sociales: comenzaron a abrazar una educación moderna que, por ejemplo, valora el inglés, e integrantes de la propia Escuela Islamia concurrieron a las elecciones, en contraste con el quietismo nayafí que caracteriza al gran ayatollah Ali al-Sistani, quien, si bien no rechaza el rol político, considera que la ley islámica puede apoyarse en la soberanía popular; es decir, la solución no tiene por qué ser una teocracia.

Las diferencias entre ambas tendencias de pensamiento se reflejan en celebraciones como la ashura, en la que las corrientes nayafíes mantienen la flagelación sangrienta que, en 1994, fue prohibida en una fatua por el gran ayatollah iraní Ali Jamenei, pero existe un respeto generalizado por las escuelas iraníes e iraquíes. La disputa se centra en matices teológicos que no alteran la unidad del pueblo. No obstante, es la vertiente jomeiniana la que domina el espacio público: son constantes las imágenes de Jomeini y de Jamenei; hay referencias a Soleimani y no faltan, por supuesto, imágenes de los fallecidos en el último conflicto con Israel. «Oh, Allah, sé amigo de los amigos de Ali y sé enemigo de sus enemigos», reza una pancarta colgada en la principal arteria de Kargil.

En los pueblos del valle de Suru desaparecen las muestras constantes de apoyo en el espacio público, aunque en el interior de las casas no faltan imágenes de los dos grandes ayatollahs. Los aldeanos son piadosos, pero, al mismo tiempo, ajenos a los devenires políticos: cuando comenzó la «guerra de los Doce días», en Panikhar, una localidad a 60 kilómetros de Kargil, no se sentía el conflicto, mientras sí se hacían notar los y las estudiantes que en autobuses iban a los pícnics que refuerzan el sentimiento de comunidad. Felices, estos niños y estas niñas demuestran la apuesta educativa de Jomeini de una manera más fehaciente que en el propio Irán, donde la mujer perdió presencia pública tras el triunfo de la revolución jomeinista de 1979.