
La actriz y cantante francesa Brigitte Bardot (París, 1934) ha muerto este domingo a los 91 años, en su famosa residencia de La Madrague, en Saint-Tropez, en el sur francés, según ha informado su fundación en un comunicado. Con ella desaparece uno de los grandes iconos del cine mundial de los años 60 y 70, una mujer que fue una de las grandes bellezas del cine de su época y también alguien polémico, porque B.B. hizo con su vida lo que quiso y destacó por su amor a los animales... pero si hablamos de sus ideas políticas, eso ya es otra historia.
Reconocida por haber sido icono de la moda y símbolo sexual de mediados del siglo XX, además de activista de derechos de los animales, Brigitte Bardot fue fundadora y presidenta de la fundación que lleva su nombre y también uno de los grandes personajes públicos del Estado francés.
Premiada y reconocida como «una estrella absoluta del cine francés e internacional, la figura de la mujer en el imaginario nacional, y una voz libre y comprometida»» por el Eliseo, que incluso ha sacado hoy un comunicado lamentando su muerte, la actriz ha sido definida por presidente Emmanuel Macron en sus redes sociales «la Pasionaria de los animales» y «una leyenda de este siglo».
El Elíseo ha recordado que «Brigitte Bardot fue aquella a través de la cual Dios creó a la mujer», en referencia a la película ‘Y Dios creó a la mujer’ (1952), de Roger Vadim, por la que se hizo famosa en el mundo entero.
Otra que ha hablado es la líder de ultraderecha Marine Le Pen, líder del partido Agrupación Nacional, con el que Brigitte Bardot no ocultaba sus estrechos vínculos, quien ha querido rendir homenaje a una mujer «increíblemente francesa: libre, indomable y de corazón puro».
En los últimos años, Brigitte Bardot, quien encarnó la revolución sexual en la Francia de los años cincuenta, fue especialmente conocida por sus pronunciamientos sobre política, inmigración, feminismo y caza, algunos de los cuales derivaron en condenas por insultos raciales.
Una mujer que «no necesitaba a nadie», como le cantó Serge Gainsbourg en 1967.
Antes de acaparar titulares por sus controvertidas opiniones, la mujer conocida por sus iniciales, B.B., era nada menos que una leyenda. Su imagen era la de una mujer liberada, libre de convenciones morales, románticas y sexuales, y... de lo que se esperaba de ella. Una mujer que «no necesitaba a nadie», como le cantó Serge Gainsbourg en 1967.
En su obituario, la agencia AFP recuerda que Brigitte Bardot era una especie de Marilyn Monroe a la francesa, rubia como ella, con una belleza explosiva y una vida privada tumultuosa, acosada por los paparazzi. Marilyn fue «una mujer explotada, a quien nadie comprendía, y que finalmente murió por ello», recordó la propia Bardot, quien la conoció en 1956.

Un error que ella no repetiría, al tomar un camino diferente a los 39 años, dejando atrás unas cincuenta películas y dos escenas que se han convertido en leyenda: un mambo febril en un restaurante de Saint-Tropez (‘Y Dios creó a la mujer’, 1956) y un monólogo en el que enumeraba, desnuda, las diferentes partes de su cuerpo, al comienzo de ‘El desprecio’ (1963).
Nada predestinó a la joven Brigitte a este destino: nacida en una familia burguesa parisina en 1934, era una apasionada de la danza y probó suerte como modelo. Con tan solo 18 años, se casó con su primer amor, Roger Vadim, quien la eligió para interpretar a Juliette en ‘Y Dios creó a la mujer’, una película que revolucionaría el orden establecido y consolidaría su estatus de sex symbol.
Ante el éxito de la película, se embarcó en una vorágine de proyectos cinematográficos, despertando pasiones. En 1960, en la cima de su fama, dio a luz a su único hijo, Nicolas, bajo la atenta mirada de la prensa. Fue una experiencia traumática. Alegando falta de instinto maternal, la actriz dejó a su marido, Jacques Charrier, al cargo de su hijo.
Más tarde se casaría con el playboy y millonario alemán Gunter Sachs, y luego con el industrial Bernard d'Ormale, simpatizante del Front National. Se convirtió entonces en otra Bardot, una figura destacada del movimiento por los derechos de los animales.
Defendiendo a los elefantes, oponiéndose a la matanza ritual, a las corridas de toros y al consumo de carne de caballo... su lucha comenzó entonces. En 1977, viajó al Ártico para concienciar sobre la difícil situación de las crías de foca, un evento muy publicitado que llegó a la portada de ‘Paris Match’ y le dejó amargos recuerdos.
En 2019, su fundación se personó como acusación particular contra el pelotari Bixente Larralde, cuya imagen en un vídeo, decapitando un gallo vivo con los dientes, provocó una fuerte campaña en redes sociales.
La mayor parte de su segunda vida transcurrió alejada del ojo público, en el sur francés, entre La Madrague y una segunda residencia más discreta, La Garrigue. Fue allí donde rescató animales en peligro y gestionó la fundación que lleva su nombre, creada en 1986.
En una entrevista concedida en mayo al canal de noticias BFMTV, confesó que anhelaba «paz y naturaleza» y vivir «como una campesina», con sus animales, sin móvil ni ordenadores. Hablando de la muerte, advirtió que quería evitar la presencia de «una multitud de imbéciles» en su funeral, y pidió una simple «cruz de madera» sobre su tumba en su jardín. Así lo había hecho con sus animales.

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