Trump y el Nobel de la Paz: entre aspiraciones políticas y un legado polémico
La candidatura de Donald Trump al Premio Nobel de la Paz vuelve a escena tras el anuncio de un acuerdo entre Israel y Hamas. Su intento de hacerse con él reabre el debate sobre la legitimidad de un galardón que ha premiado figuras y acciones tan influyentes como controvertidas.
Trump, aunque aún lejos, está algo más cerca que ayer de conseguir el Premio Nobel de la Paz que tanto ha dicho merecer. El acuerdo firmado entre Israel y Hamas -aún pendiente de cumplirse- convierte la candidatura del presidente estadounidense en una opción algo más realista que hace apenas 24 horas. Ya en febrero, durante una ronda de preguntas junto a Benjamin Netanyahu en el Despacho Oval, Trump afirmó que merecía recibir el galardón, aunque puntualizó: «Nunca me lo darán. Me lo merezco, pero no me lo darán».
A escasos meses de cumplir dos años en el cargo, Trump justifica su candidatura atribuyéndose la resolución de al menos siete conflictos: Camboya y Tailandia; Serbia y Kosovo; República Democrática del Congo y Ruanda; Pakistán e India; Israel e Irán; Egipto y Etiopía; y finalmente, Armenia y Azerbaiyán. Sin embargo, muchos de estos conflictos no han sido completamente resueltos o, en algunos casos, el papel de Trump ha sido meramente simbólico o marginal.
No obstante, la trascendencia de un eventual acuerdo sobre Gaza podría impulsar a Trump en su obsesión por medirse con Barack Obama, ganador del premio en 2009. Aun así, la plataforma Polymarket -uno de los mercados de predicción más grandes del mundo- ha elevado sus probabilidades de obtener el Nobel apenas del 3 % al 6 %. Cifras insignificantes si se comparan con las que tienen a la fecha organizaciones como la Salas de Respuesta a Emergencias de Sudán (33 %) o Médicos Sin Fronteras (10 %).

El premio
Creado en 1895 por deseo de Alfred Nobel, inventor sueco de la dinamita, el galardón busca premiar a «la persona que haya hecho el mayor o mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos permanentes y la celebración y promoción de congresos de paz».
La asignación del Premio Nobel de la Paz está a cargo de un comité de cinco personas nombrado por el Parlamento de Noruega. Cada año, personas autorizadas -como parlamentarios, profesores universitarios o ganadores anteriores- pueden nominar candidatos, y estas nominaciones permanecen confidenciales durante cincuenta años. Una vez recibidas, el comité evalúa la trayectoria e impacto de los nominados y selecciona finalmente al ganador en el mes de octubre.
Este exhaustivo proceso pretende garantizar una elección sólida y coherente con el contexto internacional. Sin embargo, lejos de alcanzar consensos unánimes, algunos ganadores han generado fuertes polémicas.
Antecedentes cuestionables
En 2009, Obama obtuvo el Nobel de la Paz con menos de un año en la Casa Blanca. La decisión sorprendió incluso a sus propios asesores, como lo reflejó la irónica reacción de David Axelrod a la prensa: «Como nosotros». El profesor Eliot Cohen recordó después que Obama «lanzó nuestra tercera guerra en Irak [contra Estado Islámico], siguió en Afganistán, expandió masivamente nuestra campaña de asesinatos selectivos y respaldó el derrocamiento europeo del régimen de Gadafi en Libia». Aun así, las autoridades noruegas justificaron el premio por sus «extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos».
Más controvertido aún fue el caso de Kissinger, galardonado en 1973 junto a Lê Đức Thọ por los Acuerdos de Paz de París que pusieron fin a la guerra de Vietnam. Cuatro años antes, en 1969, Kissinger había ordenado el bombardeo de Camboya, que causó más de 150.000 muertes civiles. Ni Kissinger ni Thọ asistieron a la ceremonia: no había paz real, solo una tregua que se rompió rápidamente. El historiador noruego Asle Sveen calificó aquella entrega como «un fiasco total, el peor premio en toda la historia del Nobel de la Paz».

La controversia que rodea a estas decisiones ha puesto en entredicho, en ciertos momentos, la legitimidad y la coherencia del galardón. Aun así, figuras como Trump buscan en él un símbolo de estatus global, pese a que -como demuestra la historia- no siempre recibir el Nobel de la Paz equivale a haberla logrado.