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San Mamés retumba por la libertad de los pueblos vasco y palestino

90 minutos de pura pasión, más allá del 3-0. Así se puede resumir el partido entre Euskal Selekzioa y Palestina. El minuto de silencio inicial o la actuación de Eñaut Elorrieta, Izaro Andrés y Sol Band ha paralizado a la grada, que con el fútbol como nexo, fue puro espectáculo de solidaridad.


«Desde entre los escombros, nos levantaremos, nuestras voces resonarán. Gritamos: ¡El derecho de mi patria reside en nosotros, jamás morirá, jamás morirá, jamás morirá!», viene a decir la canción “Palestinians” que interpreta el grupo gazatí Sol Band y que este sábado ha resonado sobremanera en San Mamés, acompañados por Eñaut Elorrieta e Izaro Andrés. Un «Gernika, Free Gaza», tan sentido hasta emocionar. El estruendo de las sirenas ha paralizado a 51.396 almas que se han dado cita en San Mamés –al final no ha habido récord de asistencia– para dar cuenta de que el partido entre Euskal Selekzioa y Palestina iba a ser algo más que un partido fútbol.

Euskal Herria siempre ha sido un país solidario y hoy no ha fallado a la gran cita. Nunca antes la selección vasca había reunido a tanta gente en un estadio, y que el rival fuera Palestina tiene mucha culpa en ello. El partido ha llegado en un momento idóneo en cuanto a lo social: por una parte, estamos asistiendo a un genocidio en directo durante más de dos años, con el inmovilismo de la élite política, y por otra parte, la oficialidad conseguida por la Federación Vasca de Pelota –homenajeada hoy en el descanso con hasta 28 puntistas, también de renombre, en el verde– llamaba a reaccionar también en el fútbol. Y a una se le encoge el corazón al ver a familias enteras, kuadrillas, de todas las edades, de cada rincón de Euskal Herria, cantar el ‘Eusko Gudariak’ o ‘Txikia’ en las calles de Bilbo y en el metro de camino a San Mamés. Y es que la consigna de ayer era clara: reivindicar la libertad de los pueblos vasco y palestino.

El fútbol, como herramienta social, mueve montañas; el deporte, tal y como vemos en dirección contraria con el sportwashing, puede ser clave para la diplomacia de un país, para darse a conocer, para denunciar las injusticias; en resumen, el fútbol –el deporte– puede llegar a ser maravilloso a la hora de encontrar la identidad. Una identidad que al pueblo vasco se le rechaza y al pueblo palestino se le oprime. Y ya sabemos algo de la unión de pueblos oprimidos.

Este sábado, en San Mamés, a partir del enfrentamiento de dos selecciones, hemos sido testigos también de otro momento histórico: nunca antes –o muy pocas veces– se habían celebrado los goles o sus intentonas de las escuadras enfrentadas con el mismo enfásis, con la misma emoción. Porque el significado de las ofensivas con el balón de hoy trasciende lo deportivo: son ataques o goles marcados a los Estados israelí, español y francés; a los actores que rechazan las naciones palestina y vasca. Siempre desde la óptica simbólica, ya me entendéis: el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes.

Emoción en los jugadores

Los aplausos y gritos que resonaron en San Mamés han sido de los que retumban, de los que dejan poso, un fuelle para la lucha. También el minuto de silencio por los fallecidos a consecuencia del genocidio, porque algunos silencios pueden llegar a decir más que las palabras. Y si no, que se lo digan a Ameed Sawafta, jugador palestino que no ha podido contener su emoción al sentir tal cantidad de solidaridad en su primer partido en Europa.  

«Palestina askatu», «español el que no bote» y «sionista el que no bote» se han entrelazado en unas gradas entregadísimas a la causa. Tampoco ha faltado el ya tradicional himno futbolero ‘Txoriak txori’ o el ‘Ikusi mendizaleak’ mientras el ambiente iba caldeando. Por cierto, ya con la selección vasca por delante en el marcador, obra de Unai Elgezabal en el minuto 5. El ‘Ez gaitu inork geldituko’ que ha sonado en la celebración tampoco ha parecido ser casualidad, sino el preludio de lo que iba a ser el ambiente del graderío: 90 minutos de pura pasión con el fútbol como nexo, con una selección vasca repleta de debutantes pero que si la Federación tiene iniciativa y da continuidad a la causa de la oficialidad pueden llegar a marcar época –junto al binomio Arrasate-Labaka, si ellos quieren– y convertirse en referentes, como pasara con Iribar y Kortabarria al inicio o con Aduriz, Etxeberria, Aranburu, Iraizoz, Riesgo, Iraola, Rekarte y compañía hace una década.

Ruiz de Galarreta, que ha saltado al verde en la segunda mitad, hablaba de «cumplir un sueño» con la llamada de la selección vasca, unas declaraciones que no son baladí, al igual que tampoco son las de Aihen Muñoz –titular hoy, muy incisivo por la banda izquierda– cuando subrayaba en la previa lo mucho que significa para él jugar con la Euskal Selekzioa para reclamar su oficialidad. Ni qué decir de la celebración de Gorka Guruzeta en el 2-0 marcado por penalti, llevando la mano al pecho, al escudo de la Federación, para seguidamente dirigirse a la grada.

Remover conciencias

Son gestos, símbolos, que fuera de contexto pueden perder su fuerza o incluso puede llegar a cuestionarse de si sirve de algo un partido de fútbol. Eso sería darle la razón a aquellos que defienden que no se debe mezclar deporte y política pero en los países oprimidos como Euskal Herria y Palestina bien sabemos que el Israel Premier Tech ha cambiado su nombre, precisamente, por toda esa gente que mezcló deporte con política en esa etapa de La Vuelta en Bilbo. El «Thank you Basque Country» que han portado los jugadores de Palestina al final del encuentro –o la celebración conjunta al son de ‘Txoriak txori’– da buena cuenta de ello.

El partido, más allá de la victoria de la Euskal Selekzioa por 3-0 –Izeta hizo el definitivo–, también trascenderá fronteras y retumbará en esos despachos inmovilistas. Por lo menos, que este partido sirva para remover conciencias.