Mikel Zubimendi
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

El dinero gana la disputa surgida tras el cisma en OpenAI, creadora de ChatGPT

El despido y la fulgurante readmisión del fundador de OpenAI ha estado en el centro de una dramática secuencia, con motín de los empleados y amenaza con fichar por Microsoft incluidos, que ha incendiado las redes y la estructura de poder de la Inteligencia Artificial.

Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI.
Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI. (Justin SULLIVAN | AFP)

Hace casi un año, el 30 de noviembre de 2022, OpenAI lanzó ChatGPT, una herramienta de Inteligencia Artificial (IA) que puede mantener una conversación con los usuarios, responder preguntas y generar cualquier cosa, desde poemas hasta códigos y consejos de salud. En dos meses, 100 millones de personas lo utilizaban semanalmente. Y el valor de la empresa se triplicó.

No todos los días la empresa más en boga y comentada del mundo se incendia. No todos los días se despide al mayor icono de la industria tecnológica, con permiso de Elon Musk. Y menos en un año en el que la Inteligencia Artificial ha dominado el mundo empresarial.

OpenAI, con sus omnipresentes productos como ChatGPT, ha estado en el centro del universo. Y su director ejecutivo, Sam Altman, era su portavoz mundial. De hecho, ha sido la voz más destacada de este nuevo sector.

El incendio empezó el pasado viernes, cuando la junta directiva de OpenAI anunció que había despedido a Sam Altman porque no había sido «consistentemente sincero en sus comunicaciones con la junta». Insinuaron que mentía. El despido puso en marcha una vertiginosa secuencia de acontecimientos que ha mantenido a la industria tecnológica pegada a las redes sociales durante varios días.

Triunfante y victorioso

Los titulares no ahorraron en dramatismo: duelo en la cumbre de la inteligencia artificial, golpe de Estado fallido contra Sam Altman, motín que amenaza con tumbar OpenAI, el mayor terremoto tecnológico. Ha sido un seísmo que ha amenazado con llevarse por delante la estructura de poder en OpenAI y ha provocado la pérdida de confianza de los trabajadores.

600 de sus 700 empleados advirtieron de que se marcharían a Microsoft si Altman no volvía a la dirección. Sabían que un movimiento así liquidaría OpenAI, y su mayor activo: el talento. La salida de la noche a la mañana del equipo que ha puesto en marcha ChatGPT y todo el desarrollo tecnológico que lo sustenta supondría un golpe casi mortal. Más aún sabiendo que su destino sería Microsoft, el mayor socio comercial de OpenAI, que ya habría dado el paso de comprar toda la startup si no estuviera bajo la estricta vigilancia de los reguladores de competencia.

48 horas después de ser despedido por su propia junta directiva, Sam Altman volvió triunfante a OpenAI. Las especulaciones sobre sus malas prácticas se dispararon, pero los empleados, los incondicionales de Silicon Valley y los inversores lo apoyaron, y terminaron por traerlo de regreso. ¿Pero qué se escondía en el fondo de este escándalo apasionado? En esencia, una disputa sobre si Altman estaba construyendo y vendiendo Inteligencia Artificial de manera responsable.

Humanidad vs. rentabilidad

Mientras OpenAI se incendiaba, algo más ardía en llamas: la ficción de que nada que no sea el ánimo de lucro va a regir el desarrollo y el despliegue de la IA. Las preocupaciones sobre la «seguridad de la IA» serán arrasadas por los gigantes tecnológicos, ansiosos por aprovechar cada vez más una nueva fuente de ingresos.

El despido de Altman ha sido la consecuencia de la ruptura total entre las dos almas de OpenAI: la organización sin ánimo de lucro centrada en investigar nuevos sistemas de IA «de manera segura y beneficiosa para la humanidad», según rezan sus estatutos fundacionales; y la OpenAI empresarial, que surfea la nueva revolución tecnológica y desarrolla nuevos productos a toda velocidad mientras intenta captar inversores que paguen la cuenta, dada la naturaleza intensiva en capital de la investigación y el desarrollo de la IA. La potencia informática y el talento no son nada baratos.

Los críticos dicen que OpenAI ha pasado de un «código abierto» al «abre tu billetera»

Ahí está el centro del feroz debate: el significado de «desarrollar IA general para beneficio de la humanidad». Cómo salvaguardar el desarrollo de la IA en lugar de maximizar la rentabilidad, cómo beneficiarse de recursos con ánimo de lucro y al mismo tiempo mantenerse fiel a los ideales fundacionales, con una junta que tuviera el control total de la subsidiaria con ánimo de lucro y limitara sus ganancias.

Una dirección que, en teoría, tenga la tarea de garantizar que su director ejecutivo no sea imprudente con el desarrollo de la IA y actúe en interés de la «humanidad».

En ese difícil, o imposible, equilibrio de permitirle recaudar cientos de miles de millones de dólares y al mismo tiempo impedir que las fuerzas capitalistas, y en particular un solo gigante tecnológico, controlen la IA general.

Desmontar la ficción

El cisma en OpenAI ha enfrentado la rama científica dirigida por el cofundador y científico jefe, Ilya Sutskever –alineada con el llamado movimiento de altruismo efectivo, que ve la IA como una fuerza potencialmente catastrófica que podría destruir a la humanidad–, con la rama comercial, dirigida por Altman, que ha estado buscando miles de millones en nuevas inversiones de fondos soberanos de Oriente Medio para crear una compañía de chips que rivalice con la compañía fabricante de chips de Inteligencia Artificial Nvidia.

Esa mentalidad expansionista y su impulso para comercializar la IA chocaron con la facción Sutskever, pero la junta parece que no calculó las consecuencias de despedir a Altman, que es, ante todo, el presentador y vendedor de productos tecnológicos más importantes del año.

Los inversores, los empleados de OpenAI y los socios como Microsoft –el verdadero ganador en esta saga– necesitan que Sam Altman siga viajando por el mundo diciéndoles a todos cómo la IA va a eclipsar a la inteligencia humana en cualquier momento. Ahora tienen a Altman bien cogido para hacer tratos a su gusto. Todavía tienen la licencia de tecnología de OpenAI, y OpenAI necesitará a Microsoft más que nunca.

Como conclusión, cabe destacar que si alguien aún cree que una startup puede gestionar el desarrollo de productos de IA sin recibir órdenes y fondos de las grandes tecnológicas, el culebrón de Altman lo habrá desengañado. Llegarán nuevos episodios de la saga OpenAI, pero el resultado resulta previsible: el dinero habla y manda.