IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

La felicidad era esto

Abramos una ventana en la mente por un momento. Abramos una ventana a aquellos años en los que las preocupaciones y las precauciones eran mucho menores, casi inexistentes, por lo menos en el recuerdo. Y aun así, la infancia es un periodo de grandes retos. Pensemos en cuáles eran los que nos requerían mayor energía. ¿Tenían que ver con las nuevas experiencias, con el colegio, con una mudanza, un cambio de habitación...?, ¿o estaban relacionadas con las personas con las que vivía, con la llegada de una hermana, el trabajo de ama, mis amigos…?, ¿o con las ilusiones de la imaginación, las fantasías, los sueños…? Las situaciones que desafían a un niño o una niña a lo largo de su desarrollo son muchas y muy diversas y, sin duda, están relacionadas con el entorno concreto, pero el rasgo común que comparten es el desafío a los recursos de la persona en esa edad.

Erik Erikson, un psicólogo del desarrollo, se hizo famoso por su teoría evolutiva, que trataba de explicar precisamente los retos a los que se enfrentaba una persona a lo largo de su vida y los resultados psicológicos de dichos retos. Las elecciones en los cruces de camino capitales constituían el escalón sobre el que se construía el siguiente, y el siguiente..., hasta conformar nuestra personalidad. Esos hitos evolutivos se daban cuando los cambios biológicos de nuestro cerebro, sus nuevas conexiones y su crecimiento en general, hacían posible una nueva lectura del entorno, en un nuevo plano. A partir de las experiencias en una determinada etapa, el niño o la niña “decidía” sobre una cualidad del mundo o de sí mismo, o con más precisión, sacaba la conclusión de cómo era su mundo o él o ella, y cómo actuar en consecuencia. Claro que no se trataba de un proceso sesudo de toma de decisiones, con sus pros y sus contras, sino de algo más intuitivo, sin poder relativizar demasiado. Por ejemplo, en torno a los seis meses sacamos la conclusión sobre la confianza o la desconfianza con la que vivir en el mundo, o más tarde, sobre si podemos movernos libremente por él o es mejor retraerse, y mucho más adelante, si podemos ser nosotros mismos y desafiar lo anterior, o una extensión de lo que venimos viviendo. Y así hasta ocho encrucijadas de este tipo a lo largo del ciclo vital. Obviamente, esto es una simplificación, su teoría es más compleja e interesante, pero baste para ilustrar la idea de desafío que nos acompaña.

Y este desafío, si tiene algo es que nos moviliza. Estimula nuestros recursos y nos pone a prueba, llevando la maquinaria mental a nuevos registros. Y al mismo tiempo, necesitamos el combustible para hacerlo. Durante la infancia, ese combustible nos lo podían dar desde fuera a través del aliento, de la libertad de movimiento, del reconocimiento de la importancia de nuestras crisis, de la contención cuando el miedo nos paralizaba, etcétera. Y a la vez podía venir de dentro:

«Recuerdo cuando me ataba un palo a la cintura y salía a explorar al monte detrás de mi casa, me subía a los árboles, hurgaba entre los arbustos y me imaginaba que era el rey del bosque. Yo me acuerdo claramente que en la urbanización donde vivíamos saltaba con mis hermanas de un tramo de escalera a otro, cada vez un peldaño más, yo era la que más lejos llegaba; después nos tumbábamos en el suelo frío en verano y nos imaginábamos en una playa. Fueron los mejores años».

La imaginación no solo era una distracción, sino un simulador de realidad virtual en el que proyectar una imagen capaz y competente, y poco a poco jugar con las infinitas posibilidades que ofrecer a una identidad en formación. Y por cierto, según Erikson, estas posibilidades no desaparecen cuando dejamos de creer en los reyes magos.