IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

La basílica de la innovación de Andrea Oliva

La arquitectura suele tener un problema que la aleja de la ingeniería, al tiempo que le da valor; debe tomar constantemente el pulso a la sociedad. Esa máxima ingenieril de «Si algo funciona, no lo cambies» tiene poco valor en la arquitectura, ya que la sociedad está, por definición, en continuo conflicto y cambio. Es por eso que muchos hitos de la arquitectura lo son por haber sido los primeros que, de un modo atractivo tal vez, han dado nacimiento a tipologías nuevas de edificios. La obra de Toyo Ito en Sendai (Japón) introdujo en 2001 el concepto de “mediateca”; del mismo modo, un siglo antes, Wright inventó el concepto laboral moderno al derribar los muros que tradicionalmente dividían empleados y empleadores en las oficinas Larkin.

El edificio del Tecnopolo, en la ciudad italiana de Reggio Emilia, no ha inventado nada, pero ejecuta una tendencia actual –reutilizar patrimonio industrial del siglo pasado– con una maestría digna de reconocimiento. El joven arquitecto que se esconde tras el nombre Studio Cittàarchitettura, Andrea Oliva, utiliza una estrategia ensayada ya con anterioridad en su currículo, común en este tipo de intervenciones: buscar y potenciar el valor histórico del edificio, al tiempo que se realizan gestos valientes y modernos.

La renovación del Pabellón 18 de los antiguos Officine Reggiane (es decir, Talleres de Reggio) se enmarca en un plan estratégico de desarrollo del norte de Reggio Emilia, dentro de una política de la región de Emilia Romagna para crear centros de innovación tecnológica en todas sus provincias.

Reggio Emilia es una zona que vive principalmente del sector servicios y ha experimentado un incremento notable de población inmigrante durante las últimas décadas. Una de las líneas de investigación a desarrollar en el Tecnopolo es la innovación agroalimentaria, junto con otras más relacionadas con la construcción sostenible. La región, que quiere crear una industria de “valor añadido”, pretende impulsar nodos de investigación que atraigan talento con la ya repetida fórmula de conexiones de trenes de alta velocidad y aeropuerto, tejido industrial y sector servicios.

El Ayuntamiento se hizo con los terrenos cedidos por los últimos gestores de la fábrica Officine Meccaniche Reggiane. Esta empresa fue un verdadero motor y ejemplo de modernidad de 1901 en adelante, siendo fabricantes de material armamentístico y volviéndose famosa durante los años 30 por su manufactura de aviones de caza.

De igual modo que la fábrica Moritz de Barcelona, Astra en Gernika, la central de energía de Bankside de Londres, el Palais de Tokyo de París, la Fábrica de Tabacos de Donostia o el Matadero municipal de Madrid, el espíritu de lo pasado parece inspirar las nuevas instalaciones, normalmente relacionadas con el sector de las industrias creativas. En este sector, lo que impera es la sorpresa, lo novedoso, lo moderno, bien alejado de la estética aséptica de los centros tecnológicos.

Andrea Oliva, el arquitecto, ya tenía experiencia en la reutilización de patrimonio, como demostró en la transformación de una de las torres-depósito de agua en Bolonia. En el edificio del Tecnopolo, hay muchas cosas que nos pueden recordar a los gestos de Pablo Salgado en el Matadero de Madrid o bien de Lacaton y Vassal en el Palais de Tokyo. El edificio histórico del pabellón aparece casi intacto, tanto que los graffiti que decoraban las fachadas no han sido eliminados. La intervención se resume, aparentemente, en unos espacios centrales revestidos con madera, donde, divididas en cuatro sectores, conviven las diversas áreas de investigación. Dos pequeños pabellones laterales de hormigón completan la simetría. Y basta. El resto simplemente es seguir con el lenguaje basilical del pabellón, creando una cubierta de zinc que parece haber estado ahí toda la vida y un solado de hormigón pulido que pasa totalmente inadvertido.

Si volvemos la mirada al inicio de este texto, podremos observar que existe un momento histórico en el que las obras de ingeniería –entendiendo estas como las edificaciones dedicadas a la industria– tenían un valor arquitectónico indudable, que hace que hoy en día las rehabilitaciones de estos espacios den como resultado edificios de una belleza y evocación incuestionables. La duda sublimada de este hecho podría resumirse en que ¿no son los arquitectos capaces de crear algo bello y evocador, o bien la ingeniería ha perdido un sentido humanístico y estético que una vez tuvo?