José Antonio Martínez

Óleo sobre tierra

Presentes en los sitios más insospechados y asentados sobre infinidad de sustratos, los líquenes son uno de los seres que más inadvertidos pasan a la mayoría de las personas. Sin embargo, una mirada atenta a estos organismos nos desvela todo un universo de formas, colores y abstracciones bellísimas que bien pueden traernos a la memoria las obras pictóricas de Pollock, Willem de Kooning o Clyfford Still, entre otros creadores del expresionismo abstracto.

A pesar de su apariencia, los líquenes no son plantas. Se trata de organismos compuestos que comenzaron a vivir en simbiosis hace millones de años atrás, lo que les permitió colonizar lugares que de otra forma les hubiera resultado imposible hacerlo por separado. Esta asociación simbiótica está formada por un hongo (el socio dominante, con más del 90 % de la biomasa) con un alga y/o una cianobacteria, que son las encargadas de proporcionarle alimento mediante la fotosíntesis. A cambio, el hongo aporta al alga un hogar; un soporte y protección contra las radiaciones del sol y la deshidratación, agua y sales minerales. Recientemente, además, se han encontrado en algunos líquenes levaduras asociadas que habían pasado desapercibidas hasta ahora para la ciencia, toda una sorpresa que no deja de incrementar la complejidad simbiótica entre organismos tan dispares.

 

Bota vieja abandonada en unos esquistos, ambos colonizados por líquenes: el cuero por Candelariella (amarillo) y Ramalina (verde claro). En las rocas se aprecian líquenes fruticulosos del género Ramalina. Hay otros menos aparentes como Acarospora (marrón) en las fisuras.

 

Los primeros registros fósiles que tenemos de los líquenes datan del Precámbrico, hace unos 500 millones de años, si bien muchas de sus familias, géneros e incluso algunas especies actuales aparecieron en el Pérmico-Triásico, entre 280 y 200 millones de años. Desde entonces hasta hoy, los líquenes vienen actuando como los primeros colonizadores de las rocas y lavas tras las erupciones volcánicas, iniciando o contribuyendo a su disgregación, un paso fundamental para la creación de suelos y posterior asentamiento de la flora y los ecosistemas. En la actualidad se conocen unas 15.000 especies repartidas por la Tierra, si bien se calcula que existen entre 18.000 y 20.000, dado que faltan todavía muchas zonas por investigar y explorar. De ellas se han localizado unas tres mil en la península ibérica, si bien cabe esperar que dicha cifra se incremente igualmente en un futuro.

Liquen Caloplaca sp. sobre la superficie de una roca caliza en las Bardenas.

 

Los líquenes presentan una enorme diversidad de formas, colores y texturas y su peculiar ecología les permite desarrollarse sobre múltiples sustratos y materiales, como cortezas y madera de árboles, suelos de piedras o de tierra, huesos, tejados, fachadas, muros y monumentos, entre otros, colonizando así cualquiera de los ecosistemas terrestres, desde bosques y costas, hasta los presentes en los medios climáticos más extremos e inhóspitos, como los desiertos, la alta montaña o las regiones polares.

 

La profusión de largas hebras colgantes de líquenes Usnea confiere un aspecto fantástico y misterioso a este viejo bosque de hayedo-abetal pirenaico sumergido en la bruma.

 

A lo largo de su evolución han desarrollado unas 900 sustancias químicas exclusivas; todo un arsenal químico ingeniado por los líquenes para su defensa. Estas sustancias, conocidas como liquénicas, han sido aprovechadas históricamente por distintas culturas del mundo para teñir tejidos, como veneno para matar lobos y emponzoñar flechas, o bien por sus propiedades antibióticas y antiinflamatorias, entre otras aplicaciones medicinales tradicionales. En la actualidad, ante la imposibilidad de sintetizar algunas de estas sustancias liquénicas, especies como Evernia prunastri y Pseudevernia furfuracea siguen siendo esenciales para la industria de la perfumería, que las usa para la fijación de fragancias en sus perfumes más selectos. Otros líquenes son fuente de investigación para la industria farmacéutica, a la búsqueda de nuevos medicamentos con propiedades antibacterianas y anticancerígenas.

 

Rusavskia elegans, Pleopsidium flavum, Rhizoplaca melanophthalma y Xanthoparmelia sp. y Physcia sp., en la esquina superior izquierda.

 

Cosmopolitas enigmáticos y colonizadores de lo imposible, los líquenes pueden soportar las condiciones de sequedad, de temperatura y las radiaciones solares o cósmicas más extremas para la vida. Un buen ejemplo de estos campeones de ultraresistencia son Rhizocarpon geographicum y Rusavskia elegans; especies que, por cierto, podemos encontrarlas igualmente tanto en las cumbres pirenaicas más allá de los tres mil metros, como en el Himalaya, Alaska y la Antártida. Ante la ausencia de agua, el metabolismo de los líquenes les permite entrar en un estado de latencia y permanecer desecados durante años, para recuperar sus funciones vitales nada más hidratarse con las primeras gotas de una lluvia. Los líquenes representan también a algunos de los seres vivos más longevos de la Tierra, pudiendo crecer muy lentamente (desde una décima de milímetro a un centímetro al año) durante cientos e incluso miles de años sobre las rocas. Sin embargo, son seres extremadamente sensibles a la alteración de su entorno y a la contaminación atmosférica, que puede hacerlos desaparecer por completo. Ello hace que, dependiendo de las especies, su presencia sea considerada por la ciencia como los más fiables bioindicadores para determinar la salud de los ecosistemas y, no menos importante, la pureza del aire que respiramos.

Comunidad de líquenes saxícolas sobre una roca horizontal. Rhizocarpon grupo geographicum, Lecanora rupicola, Protoparmeliopsis sp. (verde claro) y Aspicilia sp.

 

Podríamos seguir hablando sobre mil curiosidades más de los líquenes, resaltar con mil y un ejemplos su enorme e impagable contribución al embellecimiento natural del paisaje; podríamos, en fin, continuar ahondando en su importancia, a menudo vital, para el correcto funcionamiento de los ecosistemas o de su papel bien como refugio, alimento o formas específicas de mimetismo para millones de invertebrados. Pero lo dejamos aquí para internarnos en otros de sus más llamativos aspectos. Ahora, recreémonos la vista con sus colores, detalles y formas originales; perdámonos en sus fascinantes mundos abstractos, en esos inadvertidos universos de infinita belleza.

 

Líquenes crustáceos Pleopsidium flavum (color amarillo) y Lecanora gr. rupicola sobre rocas de cuarcita.