Jone Buruzko
IRUDITAN

Excursión volcánica

Jeremie Richard I AFP
Jeremie Richard I AFP

La naturaleza regala momentos tan fascinantes como la reciente erupción del volcán Fagradalsfjall, que había permanecido dormido durante ocho largos siglos. Aunque Islandia pasa por ser la zona volcánica más grande y activa de Europa, no había corrido la lava en la península de Reykjanes desde hace más de 800 años, y eso que el promedio de erupciones en el país es de una cada cinco años. Frecuentemente ocurren lejos de las ciudades o incluso en áreas inaccesibles, pero esta vez no. El Fagradalsfjall, situado a solo 40 kilómetros de la capital Reykjavik o incluso a una caminata de seis kms por una carretera cercana al puerto pesquero de Grindavik –el pueblo más próximo de 3.500 habitantes–, se lo ponía mucho más fácil al personal que corrió a coger sitio en las laderas para no perder detalle de los movimientos del cráter. No importó que oliera mal. Bastó que se levantara la prohibición de acercamiento para que decenas de curiosos se acercaran a disfrutar del espectáculo. Cuando se dijo que el lugar era «relativamente seguro» terminaron siendo miles, pese a que el acceso se bloquea cuando los gases tóxicos aumentan o el tiempo no acompaña. Los más atrevidos, incluso, intentaron asar salchichas, tocino o malvaviscos aprovechando que el calor del magma supera los mil grados, aunque a esa temperatura más que asar, carbonizar. El turismo de volcanes no es nuevo, tampoco el de montaña. ¿Recuerdan aquella larga cola humana que intentaba alcanzar la cumbre del Everest?. Otra imagen imborrable.