Xandra  Romero
Nutricionista
SALUD

Dieta y alteraciones del ánimo: ¿existe conexión?

Esta primavera e inicio de verano se están haciendo de rogar y hay a quien, ante estos cambios estacionales, los días grises y las todavía bajas temperaturas del reciente mes de mayo, ve afectado su estado anímico. En general, esta situación que es coloquialmente conocida como astenia primaveral, en realidad se denomina trastorno afectivo estacional y, sorprendentemente, es más común en otoño e invierno que en primavera.

Más que una “sensación” es un tipo de depresión, muy frecuente en la práctica clínica habitual y cuya prevalencia se encuentra entre el 1 y el 10% de la población. Esta depresión viene y va con las estaciones, pero remite posteriormente cuando es superada dicha estación y, como otros tipos de depresión, incluye síntomas como tristeza, desesperanza, dificultad para dormir o dormir demasiado, pérdida de interés en las actividades sociales y, por último, posible incremento de los deseos de ingerir carbohidratos en mayor cantidad.

Aunque se desconocen las causas de este trastorno, en su fisiopatología están implicados diferentes mecanismos, tales como la alteración del ritmo circadiano, un desequilibrio de serotonina, un neurotransmisor (sustancia química) del cerebro que afecta su estado de ánimo. Además, también producen demasiada melatonina, una hormona que regula el sueño, y no suficiente vitamina D. Y, aunque el tratamiento actual se basa en la fototerapia o farmacoterapia, dado que en su mecanismo de aparición intervienen factores nutricionales como el déficit de vitamina D, hay quien asegura que es posible tratar estos estados anímicos, así como otros, a través de la alimentación.

Pero, ¿cuánto hay de cierto en esto? ¿Se puede “curar” la depresión a través de la dieta? Para empezar, la presencia de cambios o variaciones de la ingesta alimentaria con respecto al patrón normal, o bien propiamente de desórdenes del patrón alimentario, es un fenómeno bien conocido en los pacientes con trastornos del ánimo de diverso tipo. Los cambios al alza o a la baja del apetito, las oscilaciones de día en día del apetito, la aparición de lo que los pacientes llaman “ansiedad”, un deseo a veces irrefrenable por consumir determinada clase de alimentos, los cambios de peso, la presencia de trastorno de atracón o síndrome de ingesta nocturna, son todos perfiles sintomáticos de perturbación de la ingesta alimentaria durante la emergencia de fases de trastornos del ánimo.

Por otra parte, algunos hallazgos han demostrado que un déficit de ciertos nutrientes puede identificarse como predictores de depresión. En este sentido, la deficiencia de vitamina D está asociada con la progresión de la depresión, asimismo, otros nutrientes como las vitaminas B, los ácidos grasos poliinsaturados omega-3, el zinc y los antioxidantes, también son esenciales para las funciones neuronales. Algunos estudios muestran que la deficiencia de estos nutrientes puede resultar en una función de memoria alterada, deterioro cognitivo y el desarrollo de un trastorno depresivo mayor.

Igualmente sabemos que el neurotransmisor serotonina, sintetizado en el cerebro, juega un papel importante en el alivio del estado de ánimo, la saciedad y la regulación del sueño. Aunque ciertas frutas y verduras son ricas en serotonina, esta no es capaz de atravesar la barrera hematoencefálica y ser “accesible” para el sistema nervioso central a través de la dieta directamente. Sin embargo, el precursor o el nutriente que fabrica la serotonina, el triptófano, sí lo es. Por lo tanto, conviene asegurar una adecuada ingesta de este aminoácido que se encuentra en alimentos proteicos.

Ahora bien, esto no significa que, una vez instaurada una depresión, la suplementación de estos nutrientes sea efectiva, y así lo afirma una revisión muy reciente, “ The Role of Diet, Eating Behavior, and Nutrition Intervention in Seasonal Affective Disorder: A Systematic Review”, en la que los autores concluyen que, aunque los pacientes con trastorno afectivo estacional pueden mostrar preferencias dietéticas y conductas alimentarias distintivas, ninguna intervención nutricional, concretamente la suplementación con vitamina D / B12, ha demostrado eficacia para mejorar sus síntomas.

De modo que una alimentación saludable, entendida como la ingesta suficiente de una variedad de alimentos y, por tanto, de nutrientes, puede ser importante en la prevención de estos estados a través de la evitación de déficits nutricionales pero, de momento, ni una dieta específica ni un suplemento nutricional concreto parece ser efectivo en la remisión de esta situación.