Juan Carlos Elorza
Periodista
DEPORTE FEMENINO Y FALTA DE PATROCINADORES

Hay algo que no funciona bien

En todos los pueblos de Euskal Herria de más de 5.000 habitantes (y también de menos) se puede encontrar algún deportista masculino del que fardan sus habitantes, al que loschavales intentan emular, y que han sido bien remunerados en su inmensa mayoría. Ahora busquen a mujeres deportistas en sus pueblos que hayan sido igualmente reconocidas.

Desde que el Athletic (masculino) fuera el primer club vasco que se estrenaba en una competición europea en la temporada 1956-57, hace casi 60 años, han sido ya 21 los clubes de Euskal Herria que han participado en alguna competición continental tras haberse hecho acreedores de ello por sus méritos deportivos, 12 masculinos… y 9 femeninos (Medina SS, Aiete, Hernani, Bera Bera e Itxako en balonmano; Hondarribia en baloncesto; Athletic en fútbol; la Real en hockey hierba; y el Getxo en rugby). La mitad más uno de los clubes femeninos eran de balonmano, y tres de Donostia (el Medina jugó la Copa de Europa en 1973-74 y dos años después, el Aiete la Copa IHF en la 82-83, y Bera Bera, que es un fijo desde la 1993-94, más de dos décadas).

En todo este tiempo las penurias económicas han obligado a varios clubes vascos a renunciar a competir en Europa, algunas veces de manera radical (como el Arrate-Amaña de balonmano en 1997, o al Hondarribia de baloncesto en 2009, que tras clasificarse decidieron no participar), o inscribiéndose en una competición más modesta de la que les correspondía (Itxako en 2012, o Bera Bera estas dos últimas temporadas). El común denominador… que casi todas las renuncias han sido de equipos femeninos. También ha habido casos en el deporte masculino, menos y muy localizados en el rugby, donde Getxo y Ordizia también tuvieron que renunciar a competir en Europa, pero el balance no deja de ser muy significativo.

No puede decirse que las instituciones vascas (Ayuntamientos, Diputaciones, Gobierno de Gasteiz) no hayan prestado apoyo a todos estos clubes a lo largo de estas décadas. Lo han hecho, y bastante, aunque a algunos más que a otros, y en este aspecto el balance vuelve a ser muy favorable para los equipos masculinos. Pero el principal problema no está ahí –aunque sería deseable una mayor y más enérgica implicación de las instituciones en este campo, porque de lo contrario la deriva a peor no cesará–, sino más bien en la nula sensibilidad que se percibe en la empresa privada y en la sociedad en general hacia el deporte femenino.

Si atendemos a los informes periódicos que se hacen públicos sobre el «techo de cristal» que experimentan las mujeres en diversas áreas de la sociedad, en el mundo de la empresa, y más concretamente en el acceso a sus cargos directivos, es donde ese concepto se aprecia con más nitidez, aunque quizá en lo referido a su receptividad hacia el deporte femenino en concreto se podría apurar un poco más y denominarlo «muro de hierro». Y son esos cargos directivos varones a quienes se dirigen una y otra vez las deportistas en busca de apoyo económico, para estrellarse sistemáticamente, una y otra vez, contra sus negativas. Quizá sería hora de que sus esposas, madres, hijas, hermanas, abuelas, nueras, compañeras, novias o amigas les mencionaran el tema, que los presionaran sometiéndoles a un marcaje amable, pero implacable, que les ayudara a decidirse. No importa que sean aficionadas al deporte femenino o no, que lo hagan si consideran que se trata de un paso justo y necesario.

En una sociedad tan pagada de sí misma como la vasca –y por extensión la guipuzcoana, en este caso concreto del Bera Bera–, que presume de tantos valores solidarios y sociales –en muchos casos de forma muy lícita–, esta cerrazón causa cierto estupor. Aunque hablar de justicia y de igualdad pueda parecer una ingenuidad a estas alturas, no está de más mencionarlo por si conduce a alguien a la reflexión.

No hay duda de que con las reglas del mercado vigente el que «vende» es el fútbol, tanto productos (TV, entradas, merchandising) como votos (¿qué político renuncia a estar en un palco de fútbol para salir en la foto siempre que puede, mientras hay que mendigarle un hueco en la agenda para asistir a otros deportes menos mediáticos?), y el discurso generalizado es que solo recibe –ingresa– lo que genera, o sea, «lo que es justo». Sin detenerse a pensar en que, de forma consciente o no –el fútbol dice que el cliente es el que manda, y que les elige a ellos–, utiliza redes de arrastre que se llevan por delante todos los recursos económicos, haciendo un uso abusivo de la dependencia social creada por el bombardeo mediático –en el que las televisiones públicas colaboran alegremente–. ¿Se imaginan que se aplicara este mismo principio a todas las áreas de nuestra vida? ¿Qué sería de las personas y sectores más desprotegidos, y más en momentos de crisis brutal como los actuales? ¿Que cada uno salga adelante como pueda? Si has elegido ser pobre… te jodes (y disculpen la expresión).

En el mundo del deporte, de alguna forma hay que empezar a romper ese círculo vicioso antes de que desaparezca la práctica al máximo nivel de todos los deportes que no sean fútbol, y sobre todo con especial atención al deporte femenino, que si no goza de un trato especial (como tantas personas y sectores en nuestra sociedad, como única forma de garantizar que disfruten en esencia de los mismos derechos que sus pares masculinos) está abocado a desaparecer, casi antes de nacer. Y para ello es necesario garantizar algo muy simple: que estas deportistas puedan disfrutar de unos ingresos acordes con su talento y dedicación, que les permitan dedicarse al cien por cien a su actividad. Su capacidad está probada (sobran datos, pero acuerdénse de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, y los magníficos resultados de un puñado de deportistas vascas), y merecen disfrutar del derecho de centrarse plenamente a la actividad que han elegido, y de participar en las competiciones para las que se han clasificado en buena lid.

Lo más triste es que el horizonte en que practican los deportes las mujeres en estos tiempos se sitúa más cerca de cobrar el salario mínimo interprofesional (9.080'40 euros al año, 648'60 al mes, y eso las más afortunadas, que son una minoría), a años luz del que estipula la AFE para los futbolistas de Primera División (129.000 euros al año ¡como mínimo!) o de Segunda (64.500).

Y me acaba de venir a la cabeza el título de una novela de Stieg Larsson que hizo furor hace varios años, «Los hombres que no amaban a las mujeres». ¿Es posible que nuestra sociedad haya aceptado, y defienda incluso con pasión, que las niñas hagan deporte en edad escolar, que se aficionen y se entusiasmen, que sueñen con emular a las pocas deportistas que pueden ver muy de vez en cuando en televisión, pero luego les niegue la oportunidad de progresar hasta la excelencia, les conduzca a la frustración de no poder hacer carrera –por modesta que sea–, y llegue finalmente a expulsarlas de una actividad en la que se muestran ya tan competitivas como los hombres –aquellos que fueron sus compañeros o incluso rivales de juegos en los patios del colegio–, ante la obligación de asegurarse los ingresos para poder vivir por otras vías? Me resisto a creer que seamos tan estúpidos. Algo no funciona bien, y no dice nada bueno de nuestra sociedad.