Ramón SOLA
BALANCE DE LAS CARRERAS SANFERMINERAS

2015, el atípico año en que todo funcionó en el encierro

Cada día en sanfermines no solo unas 2.000 personas arriesgan la vida, es el propio encierro el que pone en juego su continuidad. En esa carrera contra el destino, 2015 ha dejado mejores sensaciones que 2014 y 2013. Todo lo humano ha funcionado de sobresaliente, y se consolida la tendencia al descenso de corredores. El resto ya es cruzar los dedos.

Puede gustar mucho o repatear por completo (incluso las dos cosas a la vez). Se puede tomar como un tesoro ancestral a preservar o como una barbaridad a enterrar cuanto antes. Pero al margen del punto de vista de cada cual, lo innegable es que el encierro de Iruñea supone seguramente el evento vasco que más atención suscita en el planeta. Por dar un dato, los sanfermines recién terminados han provocado más de 2.000 millones de impactos en twitter, cuatro veces más que el pasado año, y la mayor parte se derivan de lo que ocurre cada mañana a las 8.00 entre Santo Domingo y la Plaza.

El eco resulta tan enorme, y tan creciente, que se ha convertido en el mayor riesgo para la propia continuidad del encierro, algo que antes sonaba a herejía pero que ahora empieza a asumirse como un hecho inevitable en un futuro impreciso. En este sentido, la edición de 2015 ha sido sin duda más tranquila que la de 2014 (especialmente por aquella estampa vista en todo el planeta del australiano Jason Gilbert con la pierna abierta por un Miura) y no digamos ya de 2013 (con el pavoroso montón humano que estuvo a escasos segundos de costar más de una vida). Todo lo humanamente previsible y controlable ha funcionado; el resto ya solo depende de animales impredecibles (los de cuatro patas y los de dos) y del propio azar.

Alguna de esas incidencias recientes, este año hubiera tenido peores consecuencias. Los datos cantan. El impacto del encierro, aquella excéntrica osadía de aldeanos que nadie conocía fuera hasta que cayó por Iruñea un tal Hemingway, no deja de crecer. En el Estado, las retransmisiones en directo de TVE han alcanzado una cuota de pantalla del 70% y acumulado audiencias medias de 1,7 millones de espectadores a una hora tan opuesta al prime time como las 8.00 de la mañana. Uno de los canales de la todopoderosa NBC estadounidense, Esquire Network, los ha emitido para Estados Unidos en directo ¡a las 3.00 de la madrugada!, para lo que ha desplazado a Iruñea un equipo de más de 20 personas. El «show», que es como lo denominan, se agrupa en ocho «episodios» y esta era la segunda «temporada», es decir, el producto se vende al estilo de cualquier reality moderno.

No cabe duda de que el espectáculo es fastuoso, tanto que desde 2013 cuenta con una película documental en 3D, ‘‘Encierro’’ del holandés Olivier van der Zee, premiada en festivales desde Málaga a Los Angeles. Atrae como un imán, al menos mientras no lo «estropee» algo excesivamente macabro: ¿cómo se recibiría hoy día la emisión en directo de la espeluznante cornada, mortal de necesidad, a Matthew Peter Tassio de hace veinte años? La pregunta queda ahí y afortunadamente este 2015 no la ha resuelto.

A la televisión se suma el impacto de los reportajes gráficos, con más de 400 fotógrafos presentes en el recorrido; uno por cada dos metros, lo que hace imposible que se escape cualquier detalle, al contrario de lo que ocurre aún con las televisiones, demasiado centradas en la cabeza de la manada. Y se añade la difusión por las redes sociales de secuencias captadas con cámaras GoPro (un corredor de primera fila se la acopló este año en la frente) o selfies (también este año cerca de los toros)… Lo de aquellos corredores de antes, periódico en mano, parece ya un anacronismo casi infantil, desgraciadamente para este sector de la prensa.

Dicho esto, el factor humano no ha podido funcionar mejor en esta edición. Iruñea se toma muy en serio el encierro. En medio de una juerga sin límites ni tregua, se levanta un dispositivo riguroso, experimentado y profesional aunque se base en voluntarios. Como botones de muestra, los 120 miembros de la Cruz Roja que para las 6.30 ya están en sus puestos, las diez ambulancias medicalizadas preparadas (cinco de ellas equipadas como servicio UCI), las intervenciones urgentes a pie de calle (al corredor valenciano herido el día 11 en Telefónica se le taponó la femoral inmediatamente)… Todo hace falta para un volumen de atenciones tremendo también. Los 514 atendidos en la carrera por esta Cruz Roja son más o menos la mitad de todos los asistidos en las fiestas. Entre ellos había diez corneados, 23 víctimas de pisadas de toros o mansos, 16 esguinces, 14 luxaciones, 33 traslados al hospital… Y ello en apenas 20 minutos, que es lo que ha sumado la duración de estos ocho encierros. Menos que nunca.

Todo esto ya era sabido hace tiempo («si te coge un toro, que sea en Pamplona», coinciden los toreros). Pero este año ha revelado además un eficaz sistema de toma de decisiones cuando el día 11 se produjo una situación extraordinaria: el retorno a los corrales de uno de los morlacos. El factor humano no solo funcionó perfectamente para decantarse por lo conveniente y hacerlo rápido, sino que se materializó también de modo brillante, con cerca de un centenar de personas trabajando coordinadamente para llevar a Curioso I a la Plaza en apenas una hora.

La mano humana está también detrás de la elección y preparación de las reses, intentando minimizar riesgos a la vez que se cuida el perfil de toro potente, grande y muy armado que exige la feria de Iruñea. Aunque haya quien lo ponga en duda, los ganaderos afirman que hacen correr a los bureles por el campo desde un año antes. Uno quebró la norma este año: el debutante José Escolar, que explicó que no lo había visto necesario. Casualidad o no, sus toros rompieron la tónica general, con el rebelde Curioso I negándose a correr y el rezagado Señorón II propinando cuatro cornadas.

La misma mano humana está detrás de la elección de los cabestros, básica también para reducir riesgos. Este año se han cambiado las reses y el resultado ha sido excelente, aunque una de ellas empitonara inusualmente a un australiano el día 8 a la entrada a la Plaza.

El citado sábado 11, en que se aunaron los despistados Escolar y la mayor participación de humanos de este ciclo, confirmó que, aunque a veces parezca hasta anodino, el encierro resulta absolutamente imprevisible y, en consecuencia, extremadamente peligroso. En casi un siglo no había ocurrido que un toro no quisiera correr. Y en todo ese tiempo han pasado contingencias mayores y sin duda de mucho más riesgo: el toro huido a cornada limpia tras romper las tablas en 1939, el que se negaba a entrar en los corrales en 1959 hasta que lo logró un pequeño perro, el gran montón de Estafeta en 1960, los que se sucedieron en el callejón en los 70, el morlaco lesionado en 1976 que alargó el encierro 16 minutos, el Antioquío de Guardiola que mató a dos personas en 1980, el que se volvió del Ayuntamiento a los corrales en 1988, la última montonera de 2013…

¿Hay protocolos para todo ello? Más de lo que parecía, como ha destapado la revelación de que en la calle Chapitela hay un camión preparado con dardos tranquilizantes por si hiciera falta anestesiar e incluso «acostar» a un toro. El problema estriba en que en un acto tan masivo ninguna nueva contingencia es descartable, por muy rocambolesca que parezca. Como señal, el incendio de Estafeta que obligó a actuar a los bomberos diez minutos después del encierro del día 8. O el retraso en 2007 por la imposibilidad de vaciar y limpiar el recorrido: los servicios de limpieza explican que este año han rozado el límite en los días del fin de semana.

Lo que está en juego es tanto que cada contingencia nueva, cada pequeño matiz, obliga a una nueva reflexión. Por ejemplo, el imprevisto del día 11, aunque estupendamente resuelto, ha abierto un debate sobre si no sería necesario algún tipo de director técnico de la carrera, con mando total para decidir en segundos sobre cualquier eventualidad. En las vísperas fue la autoridad de los pastores la que estuvo sobre la mesa, tras la denuncia del corredor al que involuntariamente uno de ellos le rompió la nariz de un varazo el año pasado.

Novedosa este año ha sido también la confirmación de que la curva de Telefónica se ha vuelto tanto o más peligrosa que la de Estafeta; aunque sea mucho menos pronunciada, los toros no la ven y muchas veces se van contra esas tablas (allí murió Daniel Jimeno en 2009). El problema de los trompazos que rompían las manadas al llegar a Estafeta se resolvió eficazmente con el antideslizante, tanto que este año solo un toro se ha rezagado algo ahí, pero esto de Telefónica parece bastante más complejo.

También resulta evidente que el porcentaje de guiris corneados es excesivamente alto y se concentra en la primera parte de la carrera, en la que son arrollados directamente por no apartarse a tiempo, lo que quizás hiciera necesaria una campaña informativa más específica sobre los riesgos y el modo adecuado de correr. Seis de los diez corneados eran estadounidenses, australianos o británicos, y cinco de ellos lo fueron en Santo Domingo y Mercaderes.

El resto, dos valencianos, un catalán y un riojano. Ni un vasco. Los datos de este año muestran que solo el 10% de quienes corren son navarros, aunque obviamente el porcentaje crece en las primeras filas ante las astas.

Así las cosas, la conclusión de 2015 solo puede ser paradójica: todo ha funcionado a la perfección, pero todo sigue y seguirá igual de incontrolable y amenazante. En este contexto, para adivinar si el encierro tiene futuro o no, más que a los hechos puntuales hay que mirar a las tendencias, y es ahí donde afloran la gran novedad: descenso de corredores. Los datos de la Policía Municipal apuntan a un tercer descenso consecutivo, aunque escaso (en torno al 3%). Según estos recuentos, cuya fiabilidad difícilmente puede ser total, 2012 marcó el techo en la masificación con más de 20.600 participantes, y tres años después la cifra global ha caído a más de 16.600 (ciertamente, con solo dos carreras en fin de semana, cuando otras veces tocan tres y hasta cuatro).

Son menos y, dicen, duermen más. El 88% afirma que ha pasado por la cama antes de ponerse delante de los toros, cuando hace poco años esa cifra era del 79% (y hace un par de décadas, seguramente menos aún).

En un año en que todo han sido buenas noticias para el encierro, esta es sin duda la mejor.