Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Taxi Teherán»

A Panahi todavía no le han quitado el carnet de conducir

AJafar Panahi le mantienen vivo, profesionalmente hablando, los festivales internacionales de cine. Por eso no tiene ningún sentido ponerse a discutir los premios que se llevó “Taxi” en la Berlinale, que fueron el Oso de Oro y el FIPRESCI de la crítica internacional. El hombre ha de arreglárselas como puede para sacar de Irán las películas que allí rueda de forma clandestina, burlando el arresto domiciliario y la prohibición de hacer cine que pesa sobre él. Tampoco puede salir del país para viajar y recoger personalmente los reconocimientos obtenidos, así que la suya es una lucha por la libertad de expresión merecedora de cuantos apoyos sean posibles en el exterior.

Si en “Esto no es una película” (2010) forzaba todas las barreras que puedan secuestrar la creatividad humana, para liberarse de su encierro llevando la imaginación a límites capaces de traspasar las paredes de su casa, en “Taxi” traslada ese mismo planteamiento a la calle, sin bajarse de un coche. La audacia es mucho mayor, por cuanto vuelve a hacer de las limitaciones externas una virtud, pero convirtiendo su prisión en una celda rodante abierta a visitas, con o sin permiso.

Haciendo de improvisado taxista pirata, Jafar Panahi se las ingenia para así no perder el contacto con la gente y cogerle el pulso al país islámico. Son los pasajeros que va recogiendo los que se manifiestan espontáneamente, opinando sobre temas tan tabú para la sociedad iraní como la pena de muerte. También reflexiona sobre su propia situación, a través del personaje de su sobrina, una escolar que estudia cine y sufre las lógicas restricciones en los contenidos de sus trabajos académicos. La niña presume en el colegio de tener un tío famoso, por más que oficialmente sea un opositor condenado. La contradicción se extiende al propio lenguaje narrativo, porque cuando hay urgencia da igual si lo llamamos ficción o falso documental.