EDITORIALA
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Un pantallazo de ilusión con riesgo de velarse

La noticia de que cuatro canales de Euskal Telebista iban a poder verse de ayer en adelante en Iruñerria generó la lógica ilusión de ver satisfecha una demanda histórica de miles de navarros y navarras. Es una de las promesas realizadas por las fuerzas del cambio y, en concreto, por la lehendakari Uxue Barkos. La ilusión se tornó en sorpresa, y más tarde en un punto de preocupación, al saber el modo en el que se ha hecho esta apuesta. Es una decisión unilateral del ente público con sede en Bilbo, que vuelve a repetir un esquema de alegalidad ya ensayado anteriormente sin éxito. Simplemente ha informado al Gobierno foral de su decisión. Lógicamente, este ha asegurado que no va a ir contra la propuesta y se suma a la alegría popular por poder ver la oferta de ETB sin cortapisas ni tener que recurrir a la ingeniería doméstica. Pero lo cierto es que tienen otros planes para lograr un acuerdo estable que garantice la emisión legal y normalizada de esos contenidos. Ahora son gobierno, no resistencia.

Está por ver el recorrido de esta iniciativa. Vistos los precedentes –la Guardia Civil persiguió esta misma vía y los impulsores, Eusko Alkartasuna, fueron multados por ello–, no cabe descartar que esta sea una oportunidad perdida y una pequeña distorsión en el objetivo programático de las fuerzas del cambio de garantizar el pluralismo informativo y la libertad de expresión en Nafarroa. Con todo lo que ha costado lograr ese cambio político y con la voluntad por parte de todos los protagonistas de que perdure en el tiempo, este modo de hacer las cosas resulta precipitado, un tanto paternalista y poco respetuoso.

El cambio en Nafarroa debe mantener el pulso vivo, un ritmo sostenido. Este tipo de sacudidas inducidas desde fuera no aportan a medio plazo, por mucha ilusión espontánea que generen en un principio. Y distorsionan la función de EiTB, que no es una emisora pirata o un lobby, es un ente público oficial. Su crisis de modelo, misión y audiencias debería impulsarla a un debate estratégico dentro, no a una política de hechos consumados fuera.