El sentimiento de despedida que dejó recientemente el estreno de las dos últimas producciones del estudio Ghibli no supone ningún abatimiento, porque el anime japonés goza de buena salud y no faltan herederos para lo obra de Miyazaki. Entre ellos destaca Mamoru Hosoda, que tiene su propio y pequeño estudio Chizu, el cual le permite una total independencia con la distrubición asegurada por parte del gigante Toho. Así se explica el éxito local de “Bakemono no ko”, que es su cuarto largometraje y fue dado a conocer internacionalmente en Donostia, siendo la primera película de animación presentada en la Sección Oficial en toda su historia.

Sus anteriores “La niña que saltaba a través del tiempo” (2006), “Summer Wars” (2009) y “Los niños lobo” (2012) conectan con su nueva realización por su temática de las relaciones entre menores y adultos, con la búsqueda de la familiaridad como objetivo final. Parece ser que en ello ha influido la paternidad del autor, motivo por el que en “El niño y la bestia” establece un paralelismo entre el nexo paternofilial y la tradición nipona del subgénero “senpai-kÿhai” sobre maestros y discípulos.

Y como quiera que el maestro o sensei del relato procede de un mundo fantástico paralelo que parece surgir del Japón feudal, quien pone la voz a la bestia Kumatetsu es el actor Kôji Yakusho, conocido por sus papeles de samurái, y que se inspira para la caractarización en el Toshiro Mifune del clásico de Kurosawa “Los siete samuráis” (1954). En cambio, el pequeño Kyuta pertenece al Tokio moderno, donde para crecer y encontrar su identidad necesitará de su imaginación. Le ayudará también su fuerte carácter, algo que le coloca a la altura de su mentor del otro lado. Nunca será un aprendiz disciplinado, pero la pasión e instinto de superación le permitrán dejar a atrás una realidad desestructurada.