Raimundo Fitero
DE REOJO

Lenguajes

Pablo Iglesias comenzó su primera intervención agradeciendo que se retransmitiera el debate a cuatro en el lenguaje de signos y dio las gracias en ese código. En ningún canal se estaba visualizando esa traducción. O mi electrodoméstico esencial me hizo boicot o a Iglesias le engañaron. Nos engañaron todos a todos. Se engañaron hasta a ellos mismos. Los equipos de asesores plantearon un debate atascado, mortecino, para no perder, una especie de entretenimiento audiovisual en diferido aunque sucediera, supuestamente, en directo, que dejara todo tal cual estaba, está y estará.

El escenario para el debate era malo de solemnidad. La realización televisiva penosa, de primero de escuela privada de vídeo aficionado. Los tres conductores estuvieron de adorno, como si no quisieran molestar y sacar de sus ensueños a los cuatro personajes que saben que la presidencia del reino de España no saldrá de las urnas, sino de los despachos de los bancos, servicios secretos y patrocinadores varios. Ir a votar será un acto de buena voluntad, un nuevo reto esquizofrénico, porque solamente puede gobernar Mariano Rajoy con el apoyo incondicional del parásito de naranja y el inconcluso Ken Sánchez, que ha asumido que su destino está ya escrito.

Quizás lo que dé más pena es la pinza unipolar de los que rodean al guapo muñeco parlante. Sufren un extraño síndrome que les hace hablar de un partido centenario que no existe y hacerle la campaña a Rajoy de la manera más desastrosa.  Cada vez que habla un tal Óscar López, se sabe que no gobernará nunca jamás Sánchez y que se ríe tanto porque está contento con que gane Mariano o le sienta mal la bebida del catering. Yo diría que ganó el debate el inmovilismo y lo perdió la esperanza. Todo es PP menos la duda. Cuestión de lenguajes. Me invade el más feroz de los optimismos.