Carlos GIL
Analista cultural

La ola

Hola. Espero mi ola. Una nueva ola, que me coloque en la ola buena. En la buena ola. Hola, me pongo a la cola. La ola de la posibilidad de hacer posible lo imposible. Resucitan las paredes, se mueven los cuerpos, hay programaciones tímidas que balbucean un presente balbuciente. Pero no están en la ola. O la ola les ha pasado por encima. O es una ola sin mucho recorrido. No obstante, es mejor forzar la ola que no nos lleve muy lejos a dejar pasar todas las olas y quedarse para la foto de postal o el estornudo.

No se trata de instalarse en el conformismo negacionista sino alcanzar un estadio pendular en este pragmatismo veraniego que nos coloca en el mismo nivel la crema protectora y el concierto de música barroca. Tiene mejor conjugación las cañas, las tapas al borde de la extenuación y un concierto de jazz, o eso que ahora se ofrece en los llamados festivales de jazz. Sí, se trata de aceptar muchas confusiones, renunciar a fundamentalismos suponiendo que lo que se nos propone forma parte de una estrategia de unas no políticas culturales que se disfrazan de cultura de encuentro y paradoja o en cita en marco incomparable. La versión más justificativa de los desmanes del turismo con excusa para-cultural.

Tomamos sin miedo esta ola, una ola que se propicia por los soplidos presupuestarios rutinarios, porque se trata de que todo se visualice y se masifique. La ola viene y se va.