Ramón SOLA

Ocho claves para ocho encierros

Amados por muchos y odiados no por pocos, los encierros más famosos del mundo se mueven entre complejísimos equilibrios y tensiones: espectáculo televisivo de masas versus costumbre ancestral local, competición versus celebración, exhibicionismo versus anonimato, libertad versus control, riesgo absoluto versus seguridad creciente...

Aunque a veces parezca siempre igual, el encierro de Iruñea resulta diferente año a año y deja debates diversos para los restantes 357 días del año. Y, sobre todo, es brutalmente imprevisible. En el fondo su futuro se juega cada edición, en cada una de las ocho carreras. ¿Cómo se presenta este año esta salvaje ocurrencia local convertida en fenómeno global?

Un año, dos fases

La ruleta del calendario diferencia este año dos periodos muy marcados. La tendencia actual por parte de los operadores turísticos de mochila es concentrar las llegadas de extranjeros en los dos-tres primeros días de sanfermines, con packs que siempre incluyen la invitación a correr el encierro. En paralelo, el punto álgido es el fin de semana, por la llegada en masa de corredores del resto de Nafarroa, otros puntos de Euskal Herria y el Estado. Por tanto, se da por seguro que este año las carreras más concurridas serán con diferencia las que van del jueves 7 al domingo 10, mientras del lunes 11 al jueves 14 se podrán hallar bastante más huecos. Estos sanfermines volverán a cerrarse con los míticos Miura, cuya leyenda (y también eso que en el argot se llama nobleza y se traduce en menos cornadas) siempre estimula la participación.

Masificación, pero menos

El riesgo de colapso humano amenazó auténticamente al encierro en los años 90. Fue la época en que alcanzó una proyección enorme en el planeta a través de la televisión (se emiten en directo desde 1982, antes solo se podían seguir por emisión radiofónica), amplificada aún más por la aparición de internet con su poder multiplicador. Sin embargo, en estos últimos años la participación ha ido en descenso, según se constata en las mediciones anuales del Ayuntamiento de Iruñea. En 2015 se contabilizaron en el conjunto de los ocho encierros (mediante imágenes de vídeo y fotos) 16.629 participantes, lo que supuso un 2,9% menos que en 2013, donde ya se había registrado una notable bajada respecto a 2012 (17% menos).

Aunque por la estrechez de las calles parezca que entre Santo Domingo y la Plaza de Toros hay una enorme multitud, en la edición anterior el día más concurrido hubo en el recorrido 2.576 personas, y el más desahogado, 1.399. Obviamente no todas corren, y menos aún son los que logran hacerlo ante las astas de los toros.

El 60%, novatos

Estas novedosas estadísticas municipales han corregido muchos análisis erróneos. Así, pese al peso de la tradición el porcentaje de corredores navarros no llega al 15-20%, lo que aplicado a las cifras anteriores ofrece no más de 500 autóctonos por mañana; otra cosa es que su presencia sea más destacada en posiciones de máximo riesgo.

En el otro extremo, no deja de sorprender que nada menos que el 59% de los que el año pasado saltaron al recorrido lo hacían por vez primera. A ellos van dirigidas las campañas municipales con consejos básicos, apoyados en pictogramas para su mejor comprensión, y que incluyen la advertencia de que en el encierro se puede morir. Los operadores turísticos también han comenzado a ofrecer algunas pautas básicas muy simples; por ejemplo, que es mejor no echar a correr al oír el primer cohete (cuando se abre el portón de Santo Domingo), sino el segundo (cuando todos los toros ya están fuera).

En el fondo, el riesgo es igual para todos, expertos y neófitos. Los dos últimos fallecidos eran corredores habituales: el madrileño de 27 años Daniel Jimeno en 2009 y el navarro de 62 Fermín Etxeberria en 2003.

Televisión polémica

El año pasado, a una hora tan poco propicia como las 8.00 de la mañana cada día vieron el encierro en La 1 una media de 1,6 millones de personas (61% de share). La rentabilidad está fuera de toda duda, así que este año TVE volverá a emitirlos en directo, con nuevos alardes tecnológicos. Anuncia que recorrerán Estafeta dos cámaras en tirolina y que además se colocará a algunos corredores una «camiseta inteligente» que registrará datos de su actividad física: pulsaciones, metros recorridos, velocidad, calorías quemadas…

La Federación de Peñas de Iruñea se ha descolgado con un duro escrito en el que denuncia como «circo» este planteamiento: «Rozábamos el ridículo y ya hemos llegado a él». Considera que este tipo de innovaciones distorsionan el encierro al presentarlo casi como una competición; y efectivamente, resulta llamativo que las cámaras se centren cada vez más en los primeros toros y se olviden de los que quedan rezagados, que son los que ofrecen más dificultad a los corredores. También censuran que con ello se fomenten los personalismos, creando lo que en Iruñea se llaman «divinos», en detrimento del anonimato del encierro de antaño.

Exhibicionismo o anonimato

Este último aspecto es uno de los grandes caballos de batalla de las peñas. Llevan años planteando que en el encierro se debería vestir de blanco, no ya por pura tradición o por la espectacularidad que deja esa imagen sino para contribuir a ese anonimato que quiere recuperar. En ocasiones lo han reclamado con tanta vehemencia que se ha entendido que querían imponerlo, lo que resulta inviable. Otra cosa es que se proponga, pero con consciencia de que en esta era de las vanidades siempre habrá muchos corredores que preferirán vestir con los colores más chillones posibles para encontrarse luego en las imágenes.

De paso, las peñas denuncian con diversos ejemplos cómo circulan por internet prácticas que contravienen la ordenanza municipal. Es el caso de la grabación desde dentro con cámaras tipo GoPro, la utilización de publicidad... Constan casos de corredores que cobran dinero por lucir alguna marca comercial ante los morlacos.

Vigilancia extremada

Así las cosas, la mayor novedad este año es el anuncio del Ayuntamiento de que «se controlará de forma estricta el cumplimiento de la ordenanza municipal», implantada en 2014 con carácter sancionador en sustitución del anterior bando, que se limitaba a hacer una serie de recomendaciones.

Se dedicarán a ello entre 150 y 200 agentes, «pero además se realizará un posterior visionado de las imágenes para identificar infracciones, localizar a sus autores y denunciarlos para que puedan ser sancionados». El anuncio parece difícil de materializar, porque por ejemplo resultó imposible identificar al corredor que el año pasado se hizo un selfie ante la cara de un toro, en una de las secuencias más absurdas de la historia del encierro. Con todo, el carácter disuasorio del mensaje es claro.

Se considera infracción grave instalar elementos que invadan el espacio horizontal, vertical o aéreo del recorrido, arrojar objetos, permanecer ahí en estado de embriaguez o bajo el efecto de otras sustancias, correr hacia los toros, tocarlos o llamar su atención, utilizar cualquier equipo reproductor de imagen o soniodo sin autorización, tener abiertas las puertas de viviendas o locales, pararse en el recorrido… Y puede castigarse hasta con 3.000 euros.

Bólidos con cuernos

Los encierros discurrieron a velocidad de vértigo el año pasado. Dos datos: fue la primera vez desde 1998 en que ninguno de los ocho superó los tres minutos de duración, y el de los Miura del día 14 rompió el récord desde que existen registros al completar toda la manada el recorrido en dos minutos y cinco segundos.

¿Factores? Por un lado está el intrínseco. Siempre ha habido morlacos rápidos: ‘‘Huraño’’, de Jandilla, entró a los corrales en 1.45 en un encierro de 1997. Se le suma el elemento tecnológico: desde que hace más de una década la curva de Estafeta, punto crítico, se rocía con un líquido antideslizante especial, las caídas de toros que retrasan el ritmo y rompen la manada se han reducido muchísimo. Y hay un tercer motivo mixto: las ganaderías entrenan más a los astados elegidos para Iruñea, haciéndolos correr por el campo en los meses anteriores, para intentar que su estado sea lo más ágil posible, y su comportamiento lo más estable, en las mañanas sanfermineras.

Para quienes gustan de analizar el encierro desde la perspectiva estadística, la incógnita estriba por tanto en saber cuándo se bajará de los dos minutos, convertidos ya en algo así como la barrera de los diez segundos en los 100 metros libres allá por los años 70 y 80.

Y&punctSpace;al final, lo imprevisible

Leído todo lo anterior, parecería que el encierro está bastante blindado de cualquier contingencia. Pues nada más lejos de la realidad. Sacar 48 toros a las calles durante ocho mañanas seguidas ante 15.000 humanos entre un ruido ensordecedor, con el estrés que ello acarrea para los de cuatro patas y los de dos piernas, ha sido, es y será siempre un experimento bestial e imprevisible. Basta recordar que en los tres últimos años se han producido tres circunstancias insólitas, una por año.

Primero fue el terrorífico montón del 13 de julio de 2013 en el callejón, generado por un imprevisto fallo humano al no poder abrirse del todo uno de los portones de acceso a la Plaza y resuelto por otro milagroso acierto humano al hacer pasar a los morlacos por el callejón interior del coso sin que cornearan a nadie; unos segundos más de apelotonamiento hubieran provocado muertes. Luego, el 14 de julio de 2014 la persecución y cornadas de un Miura a un joven australiano al que enganchó primero en Estafeta y siguió luego en dirección inversa hasta Mercaderes, corneándolo contra el vallado. Y finalmente, el 11 de julio pasado, la rebelión de un toro llamado Curioso, que se negó a salir de los corrales de Santo Domingo y al que, con acierto, los responsables del encierro decidieron encerrar y trasladar luego a la Plaza en camión.

¿Qué deparará 2016? La respuesta, desde hoy mismo.