No sé si le pasa a todo el mundo, pero de repente me suena en la cabeza un estribillo de una canción ignota y acabo pensando en la resurrección de la carne. Podría ser un efecto de la medicación, pero me pasaba cuando solamente consumía sustancias prohibidas, cuando bebía agua cristalina y hasta en aquellos tiempos que tenía confianza en los procesos democráticos que liberarían a los pueblos guiados por la razón y la esperanza de un tiempo nuevo que nos llevaría hasta el umbral de la felicidad y de la revolución.

Hoy, desde el escepticismo crónico más colorista, solamente puedo decir que febril la mirada se enciende y se apaga mi paciencia. Ni siquiera me consuela mirar los datos de las audiencias de televisión que son un recurso muy seudocientífico, una especie de homeopatía sociológica, un jarabe para todas la  toses de los constipados ideológicos que van consumiendo los glóbulos rojos democráticos. O sea, voy ejerciendo como puedo mi insufrible estilo anarcoide institucional y prebiótico con el fin de no decir que lo de Ferraz es un sainete venenoso.

Si las estadísticas mienten, las encuestas son un plato precocinado con ingredientes caducados, los medios de comunicación un espejo cóncavo con truco de mago de feria que devuelve siempre las imágenes grabadas previamente para manipular la realidad y convertirla en una suerte de estofado de berenjenas con silicona rosa, ¿cómo no vamos a reconocer que La Liga de fútbol es un programa político con componentes religiosos de primera importancia? ¿Se han puesto a pensar cuántos días seguidos llevamos con competición oficial y partidos de fútbol retransmitidos en directo? ¿Quince, veinte? Nadie puede cree que esto sea un asunto futbolístico. Es político. Por cierto, ¿de qué equipo es Pedro Sánchez? Ahí puede estar la clave.