Salen a la luz los restos de Juana Josefa Goñi y del hijo
Con el hallazgo ayer de una parte del cráneo de la madre de la familia Sagardia-Goñi y el del hijo que faltaba, distintas generaciones de familiares que acompañaron al equipo de Aranzadi en las labores en la sima de Legarrea pudieron respirar por fin tranquilos. 80 años después, han visto la luz los restos de Juana Josefa Goñi Sagardia y seis de sus hijos, Joaquín, Antonio, Pedro Julián, Martina, José y Asunción, arrojados a una profunda cueva en Gaztelu.

Las labores en la sima de Legarrea comenzaron ayer bien temprano. El grupo de arqueólogos y antropólogos forenses de Aranzadi trabajó hasta las 15.00. Salieron bastante tristes, pensando que habían encontrado los huesos de los seis hijos de la familia Sagardia-Goñi que fueron arrojados a un profundo agujero de 50 metros (el equivalente a un edificio de veinte plantas) hace ya 80 años, pero que faltaban los restos de la madre, Juana Joseba Goñi Sagardia.
El antropólogo Paco Etxeberria dio una especie de rueda de prensa, ya que se reunieron muchas personas en la cueva de Gaztelu, entre ellas los familiares de Juana Josefa. «Estábamos todos preocupados, porque si no aparecían los huesos de la madre la historia acabaría de una manera muy triste. Se daría lugar a numerosas especulaciones sobre qué habrían hecho con ella o por qué no se encontraba allí. Sería una historia sin punto final», relató Jose Mari Esparza, autor de “La sima: ¿qué fue de la familia Sagardía?” (Txalaparta, 2015), libro de investigación que ha ayudado a acercarse al fondo de la sima y hacer que la luz actúe como bálsamo en una herida todavía abierta.
Etxeberria mostró un cráneo y la parte de otro cráneo, y cuando afirmó que esta parte era de una persona adulta y que tendría que ser de la madre, todos empezaron a aplaudir y a llorar. Entonces se rompió la tristeza que se había creado al principio y las caras se alegraron. Esta semana regresarán a la sima para concluir el trabajo y, como siempre, los familiares estarán allí acompañando al equipo de Aranzadi.
Un beso en el cráneo
Para Esparza fue «un enorme placer» besar esa parte del cráneo de Juana Josefa, después de buscarla durante tanto tiempo. En 1946 se adentraron en el agujero pero no hallaron nada y siempre ha habido quien ha dicho que tal vez no estarían allí. Siendo la cueva tan profunda, la labor de espeleólogos, arqueólogos y antropólogos ha sido ardua. «Han tenido que romper piedras y retirar escombros y todo tipo de materiales», indicó el escritor y editor. La familia, tal y como expresó Mari Tere Arizkorreta, nieta de la hermana de Juana Josefa, estaba «muy contenta». Al no encontrar a la madre se sentían muy mal y cuando al final la hallaron pudieron respirar tranquilos. «Mi cuñado me ha dicho que tenía la espalda rígida y que en ese momento se ha relajado. Yo me he desinflado. Tenía sentimientos muy contradictorios, lo mismo tenía ganas de reír y de llorar».
La historia de su familia es una de las más oscuras que se dieron bajo el amparo del terror de la guerra. Estando su marido y el hijo mayor fuera, Juana Josefa, embarazada de siete meses, y sus hijos fueron expulsados primero de Gaztelu y lanzados luego a la sima de Legarrea. Mari Tere constata que este crimen ha pasado de una generación a otra de la familia y que, al no encontrar sus huesos, «la duda ha sido lo peor. Cuando empezaron a salir mejoramos, pero hay que tener en cuenta que hasta hoy no hemos sabido nada de la madre».
Esparza habló de poner punto final a la historia, y para Mari Tere ese punto final llegará con la confirmación con las muestras de ADN y con un entierro digno, «pero no para olvidar», remarcó. Contó que su abuela nunca volvió al pueblo y que debido a que ha habido un manto de silencio no saben qué ocurrió. «Mantengo la esperanza de que alguien que sepa algo lo deje algún día escrito y que, tal vez nosotros no, pero nuestros hijos sepan lo que sucedió», declaró Mari Tere Arizkorreta.

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