Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Sarasate, el rey del violín»

Fue como una estrella del glam rock en el siglo XIX

Ha roto todas las previsiones de los programadores, con entradas agotadas en las primeras sesiones, lo que asegura como mínimo su segunda semana en cartel. Todo un éxito para un modesto documental musical, al que si la distribución trata como se merece llegará al público de todas partes, y no solo al de Iruñea, porque nos acerca la figura de Pablo Sarasate con una mirada abierta y divulgadora, pudiendo gustar por igual a los muy melómanos y a los que no lo son tanto. Además, su autor ha sabido captar la atemporalidad de una música universal que no ha perdido vigencia. Joaquín Calderón nos traslada a la época decimonónica del gran violinista desde la mentalidad y sensibilidad actuales.

“Sarasate, el rey del violín” huye de la cultura museística con la que se pudiera asociar a este músico inmortal, demostrando que su legado sigue vivo en cada intérprete que se pierde en sus partituras. Por eso parte de la concertista polaca Anna Radomska, ejemplo de seguidora de sus enseñanzas que también se ha interesado por su vida, ya que hay que conocer al maestro y sus andanzas para llegar a entenderle. Es una forma de trascender su música y la técnica para interpretarla, desmontando así el falso mito de que se trataba de una obra ligera y de fácil escucha. A esa idea pudo contribuir la imagen del artista, sobre la que se ha venido discutiendo mucho. Ocurre que fue como una estrella del glam rock en el siglo XIX, que llegó a tener su propio vagón de tren.

Frente a la descripción burlesca que de él hizo Pio Baroja, me quedo con la divertida caricatura que dibujó Jean Cocteau. Revela su sentido del humor y cercanía, transmitidas al gran público. Por eso congregaba a las masas cuando se asomaba al balcón del Hotel La Perla en Sanfermines, o cuando tocó el zortziko “Gernikako Arbola” a la sombra del árbol. Supongo que sin el baile de Ara Malikian, que es lo único que le faltaba.