Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «El Sr. Henri comparte piso»

Cuando la frescura se instala en un paisaje gris

A pesar de que no encontraremos excesivas novedades entre las peripecias domésticas que comparten el anciano Henri y la joven estudiante Constance, emana de todo el conjunto una frescura y calidez que resulta muy difícil eludir. Los engranajes del guión se fundamentan en los consabidos discursos del hombre que, en el crepúsculo de su vida, se ve abocado a la soledad que amenaza con teñir de constante gris lo poco que le queda de vida, y la posterior y agradecida irrupción vital de la estudiante que, además de alquilar una habitación en la casa del anciano, se convertirá en una pieza clave dentro de una mecánica cotidiana que hará saltar por los aires la rutina del anciano y, de paso, también pondrá en jaque a la familia del protagonista. Cosida a la manera de una comedia de enredo, “El Sr. Henri comparte piso” funciona en sus saludables intenciones debido a un argumento juguetón que sabe sacar todo el rédito a la gran química que emana de la pareja protagonista y, sobre todo, la frescura que imprime a todo el conjunto la actriz Noémie Schmidt, quien asume buena parte del peso de una historia que en manos menos expertas que las de Ivan Calbérac hubiera transcurrido por derroteros lindantes a la sensiblería o el humor grueso.

Por contra, lo que oferta la película es un desenfadado retrato que en momento alguno elude algunos de los grandes males que padece nuestra sociedad y los dramas anidados en familias y los desarreglos que nacen de los encontronazos generacionales. Además, para dotar de mayor picante a la función, topamos con un juego planteado a dos bandas por los protagonistas que tendrá como objetivo subvertir las relaciones que se han establecido en el seno del clan familiar en el que el viejo cascarrabias encarnado por Brasseur parece haber asumido el rol del trasto ajado que debe permanecer entre el olvido.