A falta de evidencias científicas que nos permitan comprender los designios de la Diosa Fortuna, solo nos queda especular al respecto. En este punto de la historia, el debate está polarizado a más no poder, y se resume en una pregunta casi existencial que nos habla de dos posiciones irreconciliables: ¿La suerte favorece a los inteligentes o a los valientes? El director madrileño Martín Rosete pone esta cuestión sobre la mesa y aprovecha la ocasión para hacer las maletas e irse a los Estados Unidos.

Una vez confirmado el salto al charco, abre el equipaje y descubre que ahí “solo” hay una montaña de billetes verdes. Permiso para sospechar, porque si algo nos ha enseñado la experiencia es que no debemos fiarnos nunca de un rico. El primer largometraje de Rosete es un thriller tan apetitoso como una velada cualquiera con ese amigo del alma... al que la voz de la prudencia te aconseja que no le des la espalda, por aquello de no recibir una puñalada letal. Dos parejas presuntamente bien avenidas se dan cita en una lujosa mansión, distinguido escenario perfecto para poner en marcha un intrincado y perverso juego de sospechas y traiciones. En medio de tanto fuego cruzado, el catalizador de un invitado no esperado, última pieza que faltaba en el tablero, especie de polvorín a punto de estallar.