Josu Iraeta
Escritor
GAURKOA

Otro modelo de desarrollo

Alas posiciones críticas con la política socio-económica actual se les exige con severidad que proporcionen «alternativas». No seré yo quien deslegitime esas exigencias, pero considero que el conjunto de «las izquierdas» está perfectamente legitimado y debe enfrentarse a ese reto, al desafío de construir una alternativa económica –aunque sea dentro del capitalismo–, hacia un programa alternativo que represente una opción diferente, que no suponga un ataque permanente a las clases populares y que conduzca a una sociedad más justa.

Cierto que el párrafo anterior se asemeja bastante a una «declaración de intenciones» pero pretendo desarrollar este tema con total seriedad, ya que en mi opinión, el problema de una política económica alternativa es mucho más político que técnico.

Un programa económico verdaderamente alternativo solo se podrá establecer a partir de una composición de fuerzas que apoye con solidez esa opción. Pero la maduración de la nueva estrategia y su capacidad para reunir el respaldo necesario que la convierta en una opción real, no será automática ni espontánea. Debiera abrirse paso en el marco de un potente debate ideológico –dentro de esa correlación de fuerzas– con la capacidad de obligar a definir previamente la alternativa que se propone.

Una verdadera alternativa debe situar la recuperación y expansión del empleo en el centro de su estrategia. Conscientes de que un modelo basado en el planteamiento actual de aumento de la competitividad y las exportaciones no tiene –ni va a tener–, en el futuro próximo, la capacidad de arrastre suficiente para proporcionar los puestos de trabajo necesarios. Ya que para generar empleo es imprescindible fortalecer, expandir y articular la estructura productiva en un volumen considerablemente superior al que las exportaciones pueden absorber. Teniendo presente, que a ese volumen solo se puede llegar mediante el crecimiento de la demanda interna.

Siguiendo mi línea argumental, debo afirmar que para sostener una economía sólida, con empleo, no es suficiente potenciar una economía «de oferta», es necesario el incentivo de una demanda que pueda absorber la producción.

Todos los países con tasas de «crecimiento real» elevadas, se apoyan en una potente demanda interna para su desarrollo. Partiendo de modelos endógenos, donde la demanda interna y el empleo son los ejes centrales. Tratando de evitar así, que «todo» dependa de lo que suceda en los mercados mundiales.

Lógicamente, el sistema actual además de inteligente, también defiende sus posiciones y trata de neutralizar la opinión generalizada de que los empresarios son personas de «dudosa reputación». Para ello no «solo» tiene el apoyo de los diferentes gobiernos, también está requiriendo el apoyo del sistema educativo, ya que consideran que en la formación que reciben los jóvenes, se distorsiona el verdadero perfil del empresario. No deja de ser una puesta en escena, «otra», de la sempiterna lucha de clases.

Lo cierto es que los empresarios defienden la idea de la competitividad basada en la permanente disminución de los costes laborales, ignorando que el empleo y los salarios son la fuente principal de la demanda y que su disminución implica reducir las posibilidades de absorción de la producción. Lo que crea enormes dificultades a quienes producen para el interior, que por cierto, constituyen la mayor parte del sistema productivo.

Una estrategia alternativa debe apoyarse en un concepto mucho más positivo de los salarios, como base de la absorción del esfuerzo productivo, porque la organización actual de la producción, unida a la tecnología moderna, de hecho, dificulta la generación de empleo.

No se trata de establecer economías «cerradas» –inviables en el mundo actual– sino de considerar el crecimiento interno como eje central. Cierto que no es posible ignorar la economía mundial ni la necesidad de insertarse en ella. Pero eso no debe implicar «necesariamente» la apertura indiscriminada al poder de la economía internacional.

No se trata pues, de establecer la dicotomía «dentro» y «fuera», no es eso, se trata de encontrar una combinación de ambos elementos, bajo este prisma que marca la diferencia; el desarrollo económico interno y el bienestar de la población.

Desde el final de la segunda guerra mundial se ha ido acrecentando la apertura para las relaciones económicas, pero lo cierto es que, el libre comercio no ha existido nunca más que para los flujos favorables a los países dominantes.

No es necesario caminar mucho, aquí, «en casa», tanto el gobierno de la Sra. Barkos, como el del Sr. Urkullu, plantean una política económica que consiste en ofrecer las mejores condiciones posibles al capital extranjero –haciendo gala de ello públicamente– lo que supone de hecho, desregulación en un mercado laboral degradado.

Es así como se hunden miles de unidades productivas que trabajan para el mercado interno, generando una economía tremendamente vulnerable a decisiones que se toman lejos, muy lejos, de los centros de producción, sin opción alguna de ofrecer soluciones al problema del empleo.

En una estrategia alternativa, el sector público debiera ser mucho más creativo y dirigir y regular, en el sentido de reconducir la economía en direcciones claras y específicas, y no abandonar toda la responsabilidad al «mercado».

Mi argumentación sostiene que es imprescindible buscar una combinación eficiente de la actuación «pública» con el sector privado, pero con una intención clara y nítida; armonizar un nuevo concepto de dirección social de la economía.

Hoy esto no se da, y la muestra sangrante de mi aseveración la tenemos en la situación –progresivamente peligrosa– de la mediana y pequeña empresa que opera para el interior y no tiene capacidad exportadora.

¿La línea argumental que se desarrolla en este trabajo, es acaso pura utopía?

Lo que aquí se plantea, sin duda cuestiona el actual modelo de consumo, cierto, un aspecto demasiadas veces ignorado cuando se trata de defender alternativas. Desde mi punto de vista y dentro del respeto total a la libertad individual, debiera definirse una estrategia hacia una sociedad más, mucho más solidaria. Menos obsesionada por el consumo indiscriminado.

Este modelo que aquí se desarrolla –autocentrado– asume la necesidad de integrar al capital privado, autóctono e internacional. No existe razón alguna para que, junto al capital autóctono, no se acepten las inversiones directas del exterior, la tecnología extranjera, las empresas transnacionales, siempre que encajen en el diseño productivo establecido.

Aceptar que la internacionalización actual impide todo cambio sustancial de modelo, supone renunciar a cualquier grado de soberanía. A pesar de las dificultades que plantea la fase actual del capitalismo, creo firmemente que es posible considerar que hay cierta capacidad de maniobra. Eso sí, siempre que esta se plantee con energía.

Desde estas líneas se analiza y apoya una transformación que no es sencilla. No hay duda. También es cierto que la viabilidad de este, llamémosle, «esquema» supone y «necesita» un evidente cambio en la composición de fuerzas políticas y sociales. Pero créanme, las posibilidades de un modelo alternativo son más próximas a la realidad de lo que pudiera parecer.