Aritz Intxusta
IRUÑEA
HATORTXU ROCK

El Hatortxu Rock apaga sus altavoces al grito de «Nahikoa da... etxera!»

Esta edición histórica del que ya era el mayor festival solidario de Euskal Herria tocó ayer a su fin. En su último día, se celebró un acto político al que se sumaron miles de jóvenes y en el que se animó a trabajar sin descanso por el fin del alejamiento. Han sido 20 festivales en 18 años, pero la organización recordó que la dispersión lleva 28 en vigor.

Empezaron «cuatro gatos en un frontón», recordó ayer Endika Alonso, uno de los promotores del festival desde sus inicios. Pero ayer, sobre la enorme explanada del área Beriain, bajo el monte del mismo nombre, miles de jóvenes aguantaban bajo un sol que caía como plomo fundido para renovar su compromiso con los presos vascos tras tres días y tres noches de música casi ininterrumpida. Junto a ellos, pero en la sombra de las carpas y con piscinas hinchables, amas y aitas con sus pequeños se sumaban al acto. Y mezclados entre todos, expresos y cientos de personas que han trabajado en el colosal auzolan que ha hecho posible que la vigésima edición del Hatortxu Rock –y la más ambiciosa de todas– pudiera hacerse realidad.

El discurso de Alonso, en euskara, apeló a la emoción. «Han sido 20 ediciones. Se dice pronto: 20. Pero muchos de vosotros lleváis más tiempo aún en la carretera, porque hace 28 años que los Estados francés y español pusieron en marcha la dispersión», recordó. «Aquí estamos, pero no queremos tener que estar aquí», subrayó el portavoz de la organización, que puso al festival como paradigma de lucha. Así, Alonso subrayó que el Hatortxu se sustenta en tres pilares: auzolan, ilusión y compromiso. Y que solo bajo ese esquema «podremos traerlos a casa».

Pronto la organización dio paso a dos rostros reales del sufrimiento que deja la dispersión. Fermina Villanueva explicó qué ha supuesto para ella tantos años de viaje en carretera para ver a su hijo. Su relato se entrecruzó con el de la joven Malen Urionaetxeberria que, desde niña, ha crecido haciendo maletas para las visitas en la cárcel.

La bolsa, la guitarra y la carta

Las miles de personas que se habían reunido frente al escenario (atraídas hasta el centro por Txuma Flamarike, que tocó un aurresku con una guitarra con la forma del mapa de Euskal Herria y dos flechas plateadas) escuchaban el relato de estas dos mujeres mientras seguían lo que ocurría sobre las tablas a través de pantallas gigantes. Allí, ambas comenzaron a llenar con ropas una gran bolsa de plástico a cuadros, icono del drama cotidiano que supone tener un ser querido entre rejas. Esta representación, poco a poco, se fue desdibujando hasta convertirse en un espectáculo a cargo de Kukai Dantza Taldea.

Después tomó la palabra Yamal Kasem, miembro del Consejo Nacional Palestino y del Comité Central del FDLP. Kasem recordó a otros presos de los conflictos irlandés, colombiano, palestino «y los de todos los pueblos que luchan por la independencia». El luchador palestino cerró su discurso con una promesa: «¡Venceremos!».

La concatenación de discursos se interrumpió un momento cuando desde la organización se pidió un instante de silencio y que todo el mundo mirara hacia el cielo. Allí, una enorme águila, algo intimidada por tanta gente, fue volando de torre en torre con un mensaje entre sus patas.

Era una carta del EPPK. Mertxe Txibite se encargó después de ponerle voz. La expresa expuso las conclusiones a las que ha llegado el colectivo tras el decisivo debate interno. Txibite subrayó que los miembros del colectivo se suman a remar como uno más en favor de la consecución de la independencia, sin protagonismos.

Tras un parón para que Ken Zazpi interpretara Askatasun oihua, retomó el micrófono Alonso, que volvió a lamentar el drama que mantiene vivo el festival. En las pantallas apareció una portada de GARA en la que se leía el titular: “Hatortxu Rock desaparece tras la salida del último preso”. Alonso finalizó entonces su discurso con un grito: «Nahikoa da, denak etxera!».