Aitxus Iñarra
Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación
GAURKOA

Elogio de la vejez despierta

Las manos arrugadas, compañeras de la acción, tantos años haciendo mundo,

ahora se mueven de modo sinuoso, sin prisa,

ahora apoyadas en el regazo aprenden

acompañando en la quietud del silencio.

En una aldea montañesa a los ancianos los sacrificaban y se los comían. Así fue, hasta que no quedó ninguno y con ellos se perdieron las tradiciones y muchos conocimientos y habilidades. En ese momento se necesitó construir un edificio para el consejo que gobernaba la aldea. Las construcciones se hacían con troncos y había que saber muy bien cómo cortarlos y cómo disponerlos. Pero nadie sabía. Un joven dijo que tenía la solución, pero que solo la daría si el pueblo entero se comprometía a no comerse más a los viejos. Una vez hecha la promesa, el muchacho fue hasta el bosque en el que había escondido durante varios años a su abuelo y regresó con él, quien les enseñó a todos las antiguas técnicas para cortar árboles y construir con ellos. Desde entonces, aun cuando hay quienes niegan la leyenda, en el país se respeta y honra a los viejos.

Esta antigua leyenda de la isla de Bali recogida por Simone de Beauvoir en su libro “La vejez”, refleja cómo el sentido de la utilidad social trae consigo la integración y el buen trato hacia los mayores. Este hecho se ha repetido históricamente cuando los mayores cumplían una función social de utilidad, siendo la más frecuente la del saber, pues el rol de la trasmisión ha sido y es fundamental para la cohesión social. Sin embargo, actualmente el saber experiencial de los mayores ocupa un lugar secundario, debido a la importancia que se les da a saberes tan cambiantes como los que proveen la ciencia y la tecnología.

Si bien a lo largo de la historia la vejez ha sido representada de formas muy diversas y el trato a los mayores ha sido muy variable: desde honrarla hasta el abandono, la crueldad o la muerte. Hoy podemos decir que la vejez se disfraza, el hecho natural de envejecer, de forma ostensible o sutil, se vive como algo indeseable. Existe un acuerdo tácito para que por todos los medios se ignore y rechace un hecho tan natural como es la inevitabilidad de la vejez. La tecnología, la medicina en sus diferentes ramas, la moda, la publicidad, el ocio…, apuntan a una carrera, ya perdida de antemano, de permanecer joven el mayor tiempo posible, incluso a veces a costa de lo que sea. Además, la deificación de la juventud crea su opuesto en la vejez. El dinamismo y la productividad de la primera es ensalzada frente a la carga económica y social de la segunda. Si la primera representa lo admirable la segunda es la imagen de lo indeseable.

Pero envejecer responde más que a una edad concreta a un proceso complejo biológico y cultural de experiencias psicofísicas y sociales. Un proceso no lineal en el que las sensaciones, recuerdos, proyecciones y circunstancias personales juegan un papel determinante. Sin embargo, por encima del sentido de tales procesos, se produce una normativización y categorización desde la cultura y la colonización publicitaria que enfatiza la pertenencia del individuo a un determinado grupo de edad.

El adulto maduro psicológicamente que ha tenido numerosas y variadas experiencias puede empezar a preguntarse más allá de los principios que gobiernan la vida social y cultural. Está en buena situación para abrirse a una conciencia más lúcida y preguntarse más allá de lo conceptual, del conocimiento racional, social, cultural de la vida representada como metáfora. En definitiva puede considerar cuestiones que nos afectan de manera íntima como son el tiempo, los límites de la identidad, los diferentes estados de conciencia…

Entonces es cuando la subjetividad humana cuestiona las narrativas, las imágenes, los valores y metáforas que producen malestar y sufrimiento. Así, el sentido de la belleza, la salud, el afecto y el saber no pueden quedar restringidos a los significados que se designan desde los discursos publicitarios y culturales dominantes. Afrontar estas cuestiones así como los significados y sentidos de la vejez es desafiar todo un modelo cultural restrictivo y limitador de la vida. Volvernos a lo que nos ofrece la naturaleza, lo que nos da y nos arrebata, conlleva una transformación de la percepción, de sentidos, diferentes de los que se tenían cuando se era joven.

En el último ciclo vital la ineludible vejez (al igual que ocurre con la infancia, la adolescencia o la juventud), tiene sus ritmos y aspectos intrínsecos. Lleva en sí cambios psicofísicos y una mayor madurez psicológica, así como un progresivo acercamiento a la muerte, ya que, en palabras de Claude Olievenstein, «no querer morir es no querer envejecer». Pero crear un contexto propicio en la vejez pasa por no ocultarla, ni rechazarla, implica crear sentidos útiles para la persona e indagar sobre el conocimiento existencial, el enigma de la vida. Entonces cuando se produce esa búsqueda es cuando se habla de la sabiduría de la persona mayor. Cuando ese conocer no convencional anuncia una percepción novedosa. Aunque este saber no está necesariamente ligado a una edad. Douglas. E. Harding lo expresa así en “El librito de la vida y la muerte”:

«Una mujer mayor había perdido prácticamente la vista y el oído, la comunicación con ella no era fácil. Había llevado una vida activa normal, pero ahora no le alentaba ninguna acción, ningún reto, ninguna meta, ningún placer, ningún interés. Mostraba apatía. ¿Por qué había dejado de vivir?... Un joven se fue a vivir una vida de ermitaño en una cabaña aislada. Pasa largas horas cada día sentado en meditación, silente, con los ojos cerrados, inmóvil, solitario. Ambos participan aparentemente de un estado parecido, pero para lo que para una es límite y restricción, él ha tomado deliberadamente las restricciones que pertenecen al final de la vida. Ella está medio ciega; él mantiene sus ojos medio cerrados. Ella está sorda; él se retira a un lugar donde hay poco que oír. Ella sufre de soledad; él quiere estar solo. Ella ha perdido su interés en la vida, en sus placeres y metas; él está practicando con fervor tal desapego.»

Si bien es cierto que la conquista de la sabiduría, en el sentido ancestral del término, viene favorecida por la experiencia biográfica, por la edad. No es, sin embargo, una condición necesaria de la vejez ni es exclusiva de esa edad, sobre todo porque esa sabiduría a la que nos referimos no es sino la búsqueda final de uno mismo.