El proceso embrionario del Manifiesto Comunista

De entrada una película sobre la figura del padre ideológico del comunismo lo tiene muy difícil en la actualidad, pues nunca va a poder contentar a la vez a la izquierda más ortodoxa y a la crítica neoliberal predominante en la prensa cinematográfica. Esa división ya se dejó sentir en la Berlinale, cuando en realidad “Le jeune Karl Marx” es una película bastante equilibrada y con las intenciones claras. Detrás de ella está como productor el marsellés Robert Guédiguian, uno de los últimos defensores del costumbrismo obrero, y como realizador el haitiano Raoul Peck, cineasta combativo tanto en el documental como en la ficción que denuncian la segregación racial. En su filmografía destaca “Lumumba” (2000), biografía del primer ministro del Congo, que es el país de origen del cineasta que llegó a estar nominado al Óscar de Mejor Documental con “I Am Not Your Negro” (2016), dedicada al escritor afroamericano James Baldwin y su obra inacabada sobre los malogrados líderes por los derechos civiles Martin Luther King, Malcom X y Medgar Evers.
La tesis que mantiene Peck sobre el marxismo es la de que, tal como ilustran las imágenes de archivo de los créditos finales, sigue siendo la única alternativa real al capitalismo salvaje. Razón por la que en dicho epílogo rescata la herencia positiva de la ideología comunista pura, dejando fuera su mala praxis. En su afán por revalidar la esencia del materialismo dialéctico se remonta a la recreación de su proceso embrionario, cuando en el París de 1844 Karl Marx (August Diehl) y Friedrich Engels (Stefan Konarske) se conocen, unen fuerzas y sientan las bases de lo que acabaría siendo La Liga Comunista.
No se puede hablar de un biopic como tal, desde el momento en que la mentalidad colectiva prima sobre la individual, al mostrar cómo unos revolucionarios encontraron en la lucha de clases el engranaje teórico para la transformación social.

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