Dabid LAZKANOITURBURU

Una ofensiva contra los kurdos con distintos grados de complicidad

La ofensiva turca contra el cantón kurdo de Afrin entierra definitivamente los análisis simplistas y maniqueos que insistían con ciega terquedad en presentar el conflicto sirio como una guerra antiimperialista apoyada por Rusia.

Y evidencia que ese conflicto es un sangriento juego de espejos en el que los distintos actores, locales, regionales y mundiales tejen y destejen alianzas movidos por intereses espurios, compran y venden piezas y mueven fichas en un dominó en el que siempre pierden los mismos: los pueblos que habitan la región.

Por orden, el primer responsable del último episodio de una guerra que no tiene visos de acabar es Erdogan. La duda estriba en adivinar si se conformará –o le obligarán a conformarse– con Afrin, con lo que apuntalaría desde el norte a sus rebeldes en Idleb; o irá más allá.

El segundo es Rusia, que le ha abierto la ruta terrestre retirando a su contingente en el cantón y el espacio aéreo sirio, del que el dueño el Ejército ruso. Damasco manda poco en esta historia y, en todo caso, Turquía le hace el trabajo sucio contra los kurdos. Y las críticas de Irán suenan más a un intento de desmarque y de no agitar la tensión con sus propios kurdos ahora que tiene a los de Irak noqueados tras la ofensiva que les arrebató Kirkuk.

EEUU tiene, finalmente, su cuota de responsabilidad al dejar, cínicamente, que su aliado en la OTAN ataque a sus aliados kurdos en la región. Los mismos que fueron la fuerza de infantería que logró la victoria contra el Estado Islámico en la capital de su califato, Raqa.

Los días siguientes aclararán el alcance de la ofensiva turca contra Rojava. Los antecedentes históricos de traiciones a los kurdos (Tratado de Lausana...) no invitan al optimismo. Se repetirá la historia? ¿Otra vez como drama?