Carlos GIL
Analista cultural

El coste y el gusto

No hacerse la pregunta es no poderla contestar. Se puede poner uno asertivo y grabar en el muro: el precio no importa. Leo un informe sobre los hábitos de consumo cultural realizado en una universidad y me quedo, como siempre, colgado agarrado a la brocha. Me quitan el suelo donde reside el punto de apoyo de mi argumentación clásica. La educación es la que marca. Entendida como algo más que titulaciones, pragmatismos y eficacia: conocimiento, desarrollo de la sensibilidad, acercamiento a las artes, las letras y las ciencias como formación integral. 

Todo eso, hoy, parece estar reservado a unas clases sociales en donde exista de manera previa esta visión de la educación, de la convivencia, del desarrollo humano de la familia. Leer libros, acudir a los espectáculos en vivo, cultivar alguna afición creativa no es una cuestión de economía, sino de educación, que es principio y fin de una opción ideológica, pero que como casi todo está encadenado, suele ser fruto de una situación socio-económica en la que se pueda disponer de esas posibilidades de tiempo aprovechado de manera activa, que no se viva de manera perentoria en los límites de la exclusión.

Por eso reclamamos educación laica, pública y universal, para poder transmitir estos valores. Por eso apostamos por una cultura democrática, popular, al alcance de todos. Por eso no aseguramos que el precio, en la cultura, no tiene importancia. Hasta lo afirmo de la cultura comercial: cuando se quiere ver un espectáculo, un concierto, una ópera, se paga lo que sea necesario. Es otro tema, otro discurso.