Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

La paradoja de Netflix

El momento se dio en el descanso de la Super Bowl, es decir, en el que seguramente sea el espacio televisivo más cotizado del año. Nos pilló a todos desprevenidos, a pie cambiado, y cuando quisimos reaccionar, llegó la Berlinale. De forma muy atropellada, aparatosa y, horror, patosa. Total, que nos despistamos. Pero esto, por suerte, ya pasó. De modo que toca relajarse, descansar (que buena falta nos hace) y echar la mirada hacia atrás, para recuperar del olvido aquello que merece ser recordado. De esto va, en parte, el VOD.

El caso es que durante la retransmisión del evento deportivo más mediático del planeta, Netflix (siempre Netflix...) consiguió colar el anuncio de su nueva gran apuesta. Se trataba de un tráiler de “The Cloverfield Paradox”, tercera entrega de la saga de culto de monstruos apadrinada por J.J. Abrams. El proyecto, al igual que sus predecesores, estaba envuelto en el misterio... hasta que las dudas empezaron a despejarse a una velocidad sideral.

La película iba a poder ser disfrutada en las mejores pantallas domésticas de todo el mundo... al terminar el partido de marras. Nunca un avance cinematográfico había llegado con tan poca antelación. Netflix lo había vuelto a hacer: había vuelto a revolucionar los tempos y los métodos del marketing. Y si me extiendo tanto comentando la previa, es porque, como descubrimos poco después, poco más había que comentar.

Para entendernos, y para no alargarlo más de lo necesario: “The Cloverfield Paradox” es una lujosa producción que sufre más allá de las apariencias. Dicho de otra manera: en su primera mitad, deslumbra por la capacidad de dar continuamente con imágenes y conceptos delirantes. Se impone la imprevisibilidad para un relato de ciencia-ficción que, eso sí, fracasa estrepitosamente a la hora de dar sentido a todas las cartas que ha ido poniendo antes sobre la mesa. El ejercicio se salda en poco más que una versión pija, caprichosa y descerebrada de “La dimensión desconocida”. A años luz de Rod Serling, que conste.

Es una película que, ya con la cabeza fría, salta a la vista que es rehén de la dinámica triunfante de las dos primeras entregas de la saga. Aquellas destacaban, en parte, por ser piezas encajables pero no necesariamente encajadas, en un universo desconcertante, y por ello, terrorífico. Esta última, en ocasiones, se ve demasiado preocupada por aprovechar el rebufo de aquellos episodios, y con ello se descuida de ella misma. Pura dejadez.

Pura negligencia, muy definitoria de la marca Netflix, y por ende, de nuestros tiempos. Importan las apariencias; importa venderlas. Las necesidades del marketing se imponen a la voluntad artística. De esta última, a ratos, ni rastro.

Ahí está la paradoja, o si se prefiere, el drama. Ahí es cuando me veo obligado a entonar el mea culpa. Porque sí, una vez más, Netflix lo consiguió: concentró la atención periodística a su alrededor, y nos tuvo a todos hablando de un film mediocre. Muy vendible, ciertamente, pero insustancial (incluso desesperanzador) no en el reposo, sino directamente durante su visionado. Maldita paradoja.