Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Verano de una familia de Tokyo»

El abuelo Shuzo complica la vida de los Hirata

Parece ser que a sus 86 años de edad Yôji Yamada está preparando una cuarta entrega de la serie cinematográfica de la familia Hirata, lo cual celebro como se celebra que la vida sigue, y si el cuerpo le aguanta y hace una versión televisiva también la seguiré gustoso capítulo a capítulo. Para mi el abuelo Shuzo y los suyos son como los parientes japoneses que nunca tendré, pues me hacen sentir como de visita a Tokio durante casi dos divertidas y entrañables horas. También es una viaje a otra mentalidad y otra época, la de los melodramas y comedias domésticos tocados por un humor costumbrista, desde luego mucho más ingenuo y vitalista que el que se estila en las pantallas actuales, tanto en la pequeña como en la grande. A la mayoría de la crítica especializada no le gusta la saga de los Hirata, debido a que partió de un remake del clásico del maestro Ozu “Cuentos de Tokio” (1953), y su evolución humorística, así como su total ausencia de pretensiones, son mal valoradas. No obstante, Yamada es fiel a si mismo y a los maestros con los que aprendió el oficio, por más que no se califique de autoral su artesanal dedicación entre 1976 y 1995 a la serie “Tora-san”, de gran arraigo popular en el país nipón. De dicho periodo retoma una estética colorista nostálgicamente pop, que sirve de nexo de unión para dar con un plano atemporal que justifique la convivencia bajo un mismo techo de tres generaciones. Además de los abuelos, están el hijo, la nuera y los nietos. El resto aparecen para comer con cualquier excusa, llevados por su tendencia innata a la discusión bulliciosa.

En esta disfrutable tercera entrega Isao Hashizume adquiere un mayor protagonismo si cabe, en su papel del abuelo Shuzo, cada vez más cascarrabias. En la película precedente su mujer le pidió el divorcio, por lo que superada la soledad inicial ha ganado en independencia y afición al sake, sin renunciar al uso de su carnet de conducir.