Raimundo Fitero
DE REOJO

Riadas

Hasta aquí llegó la riada” es una de esas marcas que pueblan paredes y muros y que forman la memoria adyacente del imaginario colectivo. Todos recordamos alguna riada, vivida o vista por televisión. Las más tenebrosas eran las contadas en las tardes de otoño cuando el tío Nicasio te explicaba cómo brincó el agua el puente de piedra. Ibas, mirabas la altura del ojo y te parecía imposible, como un cuento mágico, hasta que una primavera lo viste en directo y desde entonces desconfias de la televisión. Las imágenes del Ebro desbordado en Castejón forman parte de un ritual habitual en las televisiones. Llevo décadas preguntándome las razones por las que nadie de la confederación hidrográfica o de cualquier otro servicio no toma medidas para corregir esas inundaciones de un cruce de carreteras. Y me cuentan las malas lenguas que es una de las maneras que tienen para que río abajo no se produzcan más desgracias. Si se canalizase esa agua y no se desparramase por las campas navarras, algún día la virgen del Pilar saldría flotando camino del mediterráneo y no del Estado francés para ser generala.

¿Qué decir de la riada de solidaridad, denuncia y entusiasta rabia que desbordó las calles de Iruñea el sábado? No es cuestión de ponerle muchos adjetivos. Simplemente es comprobar cómo hasta el sol acompañó. Río arriba o río abajo, lo cierto es que se empieza a decir basta ya. Los medios, las televisiones han tenido que hacerle hueco entre los másteres, el procés y las rachas de viento huracanado que producen los bombardeos de la coalición de la muerte en Siria. Otra vez, el mismo guión, las mismas mentiras, el mismo desorden mundial. Algunos informativos dieron la noticia con rigor, aunque utilizando las cifras de asistentes más minimizadas, otros no se lo creyeron, otros lo dijeron sin querer.