Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Las estrellas de cine no mueren en Liverpool»

La sombra de una gran actriz que nunca maduró

Lo mejor con diferencia de “Las estrellas de cine no mueren en Liverpool” es su profesionalísimo reparto femenino, y tiene sentido tratándose de una película que reflexiona sobre el oficio de la actuación en relación a las mujeres. Hay una escena en la que además de la estelar Annette Bening en el papel de la mítica Gloria Grahame, aparecen como su madre y su hermana Vanessa Redgrave y Frances Barber; y al único personaje masculino allí presente, interpretado por Jamie Bell, se le nota sentirse como un auténtico privilegiado por vivir dicho momento inspirador; y el espectador también lo agradece, lo mismo que en las secuencias ambientadas en el hogar del chico, en las cuales se luce Julie Walters haciendo de su madre típicamente inglesa.

Vuelvo a la citada escena con las tres mujeres, que tiene lugar en el interior del “mobil home” californiano donde vive la estrella de Hollywood en decadencia, para indicar que la conversación hace referencia a la relación que mantuvo Gloria Grahame con el hijastro de Nicholas Ray, de tal suerte que tuvo sendos hijos con ambos. No se trata de un simple apunte de los ecos de sociedad de la época, sino de un síntoma inequívoco del tipo de vida caótica a la que se veían condenadas las actrices famosas, y no hay que olvidar que a pesar de que la Grahame fue secundaria había ganado un Óscar por “Cautivos del mal” (1952), a las órdenes del maestro Vincente Minelli. Y, precisamente, el instante más llamativo del metraje es el utilizado para el cierre, una imagen de archivo en blanco y negro con la cara de pasmo que se le queda a Bob Hope cuando Gloria Grahame recoge su estatuilla a la carrera sin decir apenas nada.

No era nada fácil encarnar una figura tan fugaz, tan escurridiza, y Annette Bening lo borda tras el maquillaje y las gafas oscuras. Un ser que se había desprendido de su vitalidad en el celuloide, y que fuera de él vagó como un fantasma nocturno.