Aritz INTXUSTA
iruñea

Un castillo de fuego en sanfermines de 1596, aitona del concurso actual

En los quintos sanfermines que se celebraron en julio, allá por el siglo XVI, un pirotécnico iruindarra representó con sus ingenios de pólvora una batalla naval con cuatro barcos de fuego atacando un castillo de madera, que acabó ardiendo. Es la primera función polvorista que se ha documentado durante las fiestas de la ciudad. Un libro de cuentas original recuerda que la naumaquia tuvo lugar para «regocijo y solemnidad de las fiestas de sanfermin».

Iruñea es la ciudad donde la tradición de encender fuegos artificiales está mejor documentada de todo el Estado. El doctor Luis del Campo, en “Historia de los fuegos artificiales en Pamplona”, asegura que hay funciones polvoristas durante las fiestas de Iruñea desde el siglo XVII, ya que encontró que en 1601 hubo un espectáculo en el que se pagaron y que el Ayuntamiento realizó un «pagamento» de 5 ducados. Del Campo está seguro de que tuvo que haber espectáculos anteriores y, tan convencido está, que afina que necesariamente tuvieron que realizarse en la misma Plaza del Castillo al término de los toros, que por aquel entonces se estiraban hasta bien entrada la noche. Y este historiador no se equivocaba, se puede encontrar al menos una función polvorista que data de cinco años atrás, 1596, y que costó «ciento y cincuenta reales».

La cita es tan antigua que apenas se lee ya en un viejo legajo de libranzas municipales parcialmente quemado y cuyos bordes se hacen polvo al pasar la página. Esta función polvorista es tan solo cinco años posterior al cambio de fechas de la festividad de San Fermín. Hasta el año 1591, las fiestas de la capital navarra se celebraban el 10 octubre. Los iruindarras, hartos de tener unas celebraciones pasadas por agua, pidieron al Papa que les permitiera cambiar el día del patrón de Nafarroa al cabalístico día 7 del mes 7. Y lo consiguieron.

Moviendo la festividad a julio, la ciudad la hacía coincidir con las ferias francas que se celebraban durante un mes, arrancando en San Juan. Sobre esta base, con los siglos, se fueron configurando los sanfermines actuales que arrancan el día 6 de julio y terminan oficialmente el 14 a media noche, aunque llevan tiempo queriéndose estirar otra mañana más, hasta el Encierro de la Villavesa.

Así, es cuestión de los estudiosos definir cuándo se puede hablar propiamente de fiestas de San Fermín, si desde el mismo 1591 o ya cuando el patrón eclipsa la feria franca (que sigue viva en la feria de ganado de Agustinos). Lo que es innegable es que los fuegos también tenían su espacio entonces. Justo en esos primeros compases hay dos documentos que se le escapan a Del Campo pero no al doctor José Joaquín Arazuri, el gran historiador de la ciudad. Arazuri menciona la celebración de una batalla naval, una naumaquia, con fuegos artificiales en honor a San Fermín. En su libro “Pamplona, calles y barrios”’ recoge que se levantó un castillo de madera en la misma Plaza del Castillo «con sus troneras cargadas de güetes y tronadores» y contra él se lanzaron varios navíos. Este espectáculo tan singular era propio de la época. Aun hoy, las figuras en el cielo que se dibujan con fuegos artificiales se llaman «castillos», en recuerdo a este tipo de funciones.

Revisando hoy el legajo semicalcinado que cita Arazuri, se le puede exprimir un poco más de información. Aquellos ciento y cincuenta reales se pagaron al pirotécnico Juan de Muino (o Muno) por –textualmente– «la invención que sacó de navíos y Castillo con troneras y otros artificios de fuego». Asimismo, se dice que la representación tuvo lugar «desde el día de San Juan hasta el día que se corrieron los toros para regocijo y solemnidad de las fiestas de sanfermin». Y también se recoge que la libranza de pago se efectuó el 15 de julio. La cita es muy valiosa interesante pues menciona los toros, San Fermín, «artificios de fuego» y aparece también uno de los primeros personajes populares que toman activamente parte en la fiesta que acababa de empezar.

Aquel pirotécnico tan capacitado como para hacer una representación semejante con barcos y castillos era, además, iruindarra. Pertenecía al gremio de los cereros, de ahí que manejara con maestría mechas y tapones de cera para que la pólvora se encendiera en el momento oportuno.

Gracias a Mikel Pagola, director artístico del Concurso Internacional de Fuegos Artificiales de Autor, se ha podido encontrar clarificadora información sobre Muno, de la que se desprende que él mismo hacía aquellos artilugios de fuego.

Del Campo encontró referencias a dos espectáculos pirotécnicos elaborados por Muno en 1601. Durante los sanfermines de aquel año lanzó 33 docenas de aquellos güetes (396 cohetes) Y ya en octubre, en honor al alumbramiento de la princesa Ana (hija de Felipe III y Margarita de Austria), Muno realizó otra de esas representaciones de batallas navales que incluyó otro castillo, una nave y dos galeras. Usó güetes, troneras y también «lumbreras».

Del Campo, en sus estudios sobre los fuegos en la ciudad, quedó fascinado por Muno, a quien identifica como el lanzador de esos 400 cohetes en las décimas fiestas a regocijo de San Fermín. Inscrito en el gremio de los cereros de la ciudad, tuvo un encontronazo con las autoridades por una invención a la que prendieron fuego el 20 de agosto de ese mismo año. Le querían pagar 12 ducados por un espectáculo similar al que había realizado cinco años antes, pero él esperaba cobrar 14. Para ello, elaboró una factura desglosando materiales que empleó para sus ingenios explosivos. Además de pólvora, cera y güetes –que cobraba a 25 tarjas (medio ducado) la docena– el pirotécnico iruindarra usaba brea verde y trementina –material que se sigue usando hoy día para impermeabilizar artificios de fuego– y algo que llama «papelones».

Hoy, 423 años después de la primera función de Muno en San Fermín, todas las noches de las fiestas de su ciudad se iluminan con los tataranietos de aquellos «güetes».