Beñat ZALDUA
BILBO
Elkarrizketa
LOLA GARCÍA
DIRECTORA ADJUNTA DE “LA VANGUARDIA”, AUTORA DE “EL NAUFRAGIO”

«La sociedad catalana, más allá del independentismo, no entenderá largas condenas»

«Apasionante y complicado», dice Lola García (Barcelona, 1967) que ha sido ejercer de periodista en Catalunya, donde las ganas por descifrar el otoño de 2017 siguen siendo tan grandes que “El naufragio”, el libro de la directora adjunta de “La Vanguardia”, va ya por la quinta edición. Y aunque la portada dice lo contrario, García avisa: el naufragio ha sido de todos.

“El naufragio” es un libro más que recomendable, aunque convenga tomarlo entre manos con alguna precaución. Su autora es una de las periodistas mejor informadas de Catalunya, razón más que suficiente para sumergirse en sus paginas, pero sin olvidar que es un relato en el que todo el peso se lo lleva la parte catalana. Sus errores, que evidentemente son reales, se muestran de forma a veces descarnada, sin que sus aciertos salgan a la luz en ningún momento. Mientras, la parte española cumple la función de invitado de piedra. El éxito que está cosechando, en cualquier caso, es una muestra de la relevancia del libro, del que Lola García vino a hablar la semana pasada a Bilbo, en vísperas del aniversario de la fallida declaración de independencia y a escasos días de que conozcamos el escrito de acusación de la Fiscalía.

El sábado se cumplió un año de la frustrada declaración de independencia del 27 de octubre. El día antes, Puigdemont tenía ya redactado el decreto de convocatoria electoral. ¿Qué pasa en esas horas para que acabe cambiando de decisión?

Creo que hay una confluencia de factores, entre ellos un cierto clima social que le advertía de que iba a cometer una traición. También el anuncio de algunos dirigentes de su propio partido que dicen que dejarán el partido. Pero creo que los factores fundamentales son dos. El primero es que no consigue que Junqueras le respalde y se responsabilice también de la decisión de convocar esas elecciones. El segundo es que considera que Rajoy va a aplicar igualmente el 155, lo que le lleva finalmente a declarar una independencia que sabía que no era viable.

En esas horas cobra protagonismo el lehendakari Iñigo Urkullu. ¿A qué cree que se debe su intervención?

Hay una petición expresa desde Catalunya; no sé específicamente las personas que se lo piden, pero puedo imaginarme que son del ámbito empresarial; y Urkullu considera que lo puede intentar, supongo que pensando también en que determinadas aventuras en Catalunya pueden ser una mala influencia aquí, por decirlo entre comillas. El papel de Urkullu fue importante y sigue siéndolo, creo que sigue estando ahí, hablando con los protagonistas de toda esta historia.

La propuesta de Urkullu es que Puigdemont convoque elecciones autonómicas a cambio de que Rajoy no aplique el 155. Puigdemont tiene preparada su parte, pero llega un momento en el que el jefe de gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, le dice a su homólogo catalán, Josep Rius, que habrá 155 pase lo que pase. ¿Quién incumple?

Hay un momento en el que se tiene que producir un acto de confianza. Urkullu intenta convencer a Puigdemont de que no es posible que Rajoy salga públicamente a decir que no aplicará el 155, pero que tiene que confiar en que no lo hará, que se aprobará en el Senado, pero que luego no se desplegará. Por eso creo que si hubiera habido una llamada telefónica, el acto de confianza era más fácil.

En el mismo momento hay dirigentes del PP que insisten en que habrá 155.

Sí, entre ellos Albiol [líder del partido en Catalunya]. Pero Puigdemont tiene que ser consciente de que Albiol no tiene en ese momento las claves.

Pero entonces, ¿no cree que Rajoy pudo haber hecho bastante más para evitar el desenlace?

Claro, Rajoy también podía haber cogido el teléfono y llamar. Pero creo que Rajoy tenía que haber hecho cosas antes. El problema del Gobierno central es que tiene un error de diagnóstico de lo que ocurre en Catalunya, un error garrafal. No tiene verdadera información de lo que está pasando allí y cree que simplemente es la típica demanda de los nacionalistas para conseguir mejoras económicas. No es consciente de lo que realmente se está cociendo en la sociedad catalana.

El segundo factor que menciona es la actitud de Junqueras, que se pone de perfil mientras Rovira carga contra Puigdemont. ¿En qué medida la pugna entre las dos grandes fuerzas explica lo ocurrido estos años?

La pugna se ha visto clarísimamente, y la desconfianza mutua que existe también. Mientras hay un objetivo común, como el referéndum, el pegamento más o menos funciona y siguen adelante juntos, pero el único pegamento que funciona ahora mismo es la existencia de presos y exiliados.

¿Cree que hay margen para volver a limar asperezas?

Creo que ahora mismo las relaciones entre Puigdemont y Junqueras están muy deterioradas como para restablecer una alianza. Se reprochan demasiadas cosas mutuamente.

Un apunte sobre el espacio postconvergente. En julio pareció que Puigdemont tomaba el mando del PDeCAT, que se integraría en la Crida. Este nuevo movimiento se presentó el sábado, pero no parece que todo vaya a ser tan fácil.

Ahora mismo hay una lucha interna dentro del mundo de los herederos de Convergència. Puigdemont ha conseguido extender brazos ejecutores en el Palau de la Generalitat, en el Congreso y en el Partido, pero en todos esos puntos hay disidencias. Sobre todo en el Congreso y en el partido, donde perfectamente la mitad de los cuadros intermedios y alcaldes estarían más cercanos a la estrategia de Esquerra. Ahora hay unas elecciones municipales a la vista y los alcaldes necesitan que no haya problemas, pero acabarán aflorando.

Poco después de aquel 27 de octubre, la mitad del Govern estaba en la cárcel y la otra mitad en el exilio. ¿Hay normalización posible con presos y exiliados políticos?

No, lo que se puede intentar es calmar el estrés político que hemos vivido; es lo que está intentando el Gobierno de Sánchez, que la relación institucional fluya. Pero evidentemente, la relación no es de normalidad y el juicio lo va a poner de manifiesto dentro de poco. Ver a dirigentes que han sido elegidos por los ciudadanos con mayorías muy importantes en la cárcel o en el exilio... vamos, si eso es normalidad, yo no sé.

Estamos a punto de conocer los escritos de acusación. ¿Qué podemos esperar del juicio?

Me temo que en el Tribunal Supremo laten unas pulsiones demasiado evidentes de intentar demostrar que esto no se puede hacer y que no se va a volver a hacer nunca más. Creo que algunas de las decisiones del juez Llarena son discutibles, aunque veremos cómo actúa el Supremo, tampoco vamos a avanzar acontecimientos. Pero tengo la impresión de que hay un intento de demostrar que determinadas cosas no salen gratis. Pero tanto las condenas sean menores como si son importantes, creo que después habrá que hacer un reseteo total y buscar una solución como sea para que no haya condenas de prisión por mucho tiempo. Me parece más que evidente que ha habido un delito reiterado de desobediencia al Constitucional, y habría que mirar si ha habido malversación o no, pero la sociedad catalana, más allá del independentismo, no va a entender unas condenas de prisión elevadas. Las va a considerar una venganza y eso es muy nocivo para intentar solucionar el problema.

¿Cómo se soluciona?

Evidentemente, esto deberá pasar por algún tipo de votación. Yo no sé si sobre la independencia Sí o No; sobre la independencia, una mayor autonomía o el estatu quo... las opciones de votación son múltiples. Lo que sí creo es que se debe votar con un acuerdo político previo sobre qué preguntamos. Ahora mismo el gran poder del independentismo es que plantea preguntar; lo que tiene que poner encima de la mesa el Estado es otra pregunta, porque al final esto acabará en una votación. No sé cuando, pero estoy segura.

Dice Ignacio Sánchez-Cuenca que Catalunya ha demostrado que al Estado no le importa sacrificar un poco de democracia y estado de derecho a cambio de mantener su unidad.

Supongo que cuando un estado se siente amenazado utiliza todos los resortes que tiene a su alcance, entre ellos, a veces, el de la fuerza legítima de un estado, expresada en múltiples formas, ya sea por la vía judicial o incluso por la policial, como el 1 de octubre. Creo que cuanta más expresión de fuerza utiliza un estado, mayor demostración de debilidad está haciendo. El Estado español tiene una grave crisis institucional que tiene que resolver y que tiene que afrontar, empezando por reconocer que la Constitución y el sistema autonómico sirvieron para un momento determinado y ahora hay que buscar otro acuerdo social. Intentar constreñir a todo el mundo en el mismo lugar, aunque no le guste, no es una demostración de fortaleza por parte del Estado, sino más bien de debilidad.

¿Un Estatut es una salida real?

Una reforma estatutaria creo que ahora sabe a poco en Catalunya, te diría que incluso más allá del independentismo. Es una fórmula que sabe a viejo. Hay que ser imaginativos y buscar fórmulas más novedosas. ¿Una reforma constitucional? Seguramente sí, pero que contenga algo diferente.

La lucha en la derecha española no da para ser muy optimista en este sentido...

Uno de los dilemas del independentismo, por ejemplo cuando se plantea apoyar o no los presupuestos, es que se está planteando si le da más aire al actual Gobierno o se arriesga a que puedan llegar PP y Ciudadanos. Dicho esto, la derecha está obligada también a proponer algo, porque el 155 no es una propuesta viable. El franquismo acabó con todas las libertades y la identidad catalana no murió.

La portada del libro muestra un barco con la estelada hundiéndose, pero ¿el naufragio ha sido solo independentista?

No, el naufragio también es del Estado español, evidentemente. Date cuenta de que el PP ha estado gobernando España durante unos cuantos años y su representación en Catalunya es ridícula. Y el PSOE está un poco mejor, pero tampoco tanto. Ahí hay un fracaso que se viene gestando desde hace mucho tiempo, aunque la portada no lo refleje. El marketing es el marketing...