Iraia OIARZABAL
CONFERENCIA DEL FORO SOCIAL

TORTURA Y VIOLENCIA SEXUAL BAJO UN MISMO PATRÓN QUE TIENE CARA DE MUJER

LA VERDAD SOBRE LA TORTURA SUFRIDA POR LAS MUJERES EN EL MARCO DEL CONFLICTO POLÍTICO EN EUSKAL HERRIA VA SALIENDO A LA LUZ TRAS AñOS DE DENUNCIAS. EL FORO SOCIAL LLEVÓ AYER A DONOSTIA EL TESTIMONIO DE TRES MUJERES QUE PADECIERON EN SUS CUERPOS Y MENTES LA TORTURA Y LA VIOLENCIA SEXUAL, Y EL RECINTO SE QUEDÓ PEQUEñO.

«Yo sí te creo» es el epígrafe que acompañaba ayer a la charla organizada por el Foro Social en Donostia sobre la tortura sufrida por las mujeres en Euskal Herria. Revivir lo sufrido en los calabozos de Madrid no fue sencillo para Miren Azkarate, Kristina Gete y Leire Gallastegi. Viven con ello en lo más profundo de sí mismas, son ejemplo de la capacidad de superación de quienes han sido torturadas en este país. Seguramente nunca podrán desprenderse de esa mochila, pero para seguir adelante sí hay algo que necesitan: ser reconocidas. Un derecho que todavía hoy se les niega oficialmente.

La Casa de las Mujeres de Donostia se llenó ayer para reflexionar sobre esta cuestión de la mano del Foro Social. El silencio solo se rompió tras los crudos testimonios de Azkarate, Gete y Gallastegi. Ese mismo silencio, las lágrimas y los gestos también expresaron muchas cosas: es hora de empezar a reparar todo lo sufrido en silencio.

Laura Pego, coautora del Informe sobre la Tortura (1960-2014) encargado por el Gobierno de Lakua desgranó las conclusiones extraídas en el trabajo en relación a la cuestión de género. «¿Qué pasa cuando negamos esa diferencia de género? Podemos caer en dejar de lado a una parte de la sociedad, invisibilizamos a una parte de las afectadas en este caso», expresó para destacar la necesidad de dotar de perspectiva de género también a la tortura. El informe dirigido por el forense Paco Etxeberria constata 4.113 casos de tortura en el periodo y territorio estudiado. De ellos, el 83% corresponden a torturas denunciadas por hombres y el 17% a casos de mujeres. Del total de casos, 651 corresponden a mujeres.

Otro dato significativo: 49 personas han sido condenadas por estos hechos, de ellos 48 hombres y una mujer. Los casos, según expuso Pego, reflejan patrones de tortura diferentes según el género de la víctima. Así, por ejemplo, las mujeres denuncian haber sufrido en mayor medida técnicas de tortura como empujones, estirones de pelo, el plantón (mantener a alguien quieto y en una postura concreta durante muchas horas), la bolsa, humillaciones y violencia sexual.

Las amenazas y comentarios de carácter sexual figuran como una constante en muchos de los testimonios recabados por los autores del informe. «En el caso de las mujeres estamos hablando más de tortura sicológica, que no deja rastros y es más difícil luego de probar», explicó Pego. Ante todo ello, manifestó la necesidad de explorar vías para el reconocimiento y reparación teniendo en cuenta esa especificidad de la mujer.

Tres miradas, un dolor

Tras la exposición de Pego, tomaron la palabra Azkarate, Gete y Gallastegi. Les tocaba revivir la pesadilla de los calabozos y reconocían sentir nervios y malestar al afrontar esta situación. El relato de cada una de ellas contiene sentimientos concretos, también elementos comunes de un patrón concreto seguido con las mujeres.

Miren Azkarate fue detenida por la Guardia Civil en 2002. Tenía 18 años cuando irrumpieron a la fuerza en su casa y recuerda que la violencia contra ella empezó desde ese primer momento. Amenazas, empujones, gritos, asfixia… «Cuando llegamos a Madrid me dijeron que ellos habían sido buenos y que quedaba en manos de los malos. Ahí empezó la pesadilla de cuatro días».

Sufrió diferentes tipos de tortura. Recuerda que le practicaron varias veces la bolsa y en un momento escuchó a los agentes hablar de que «se habían pasado». Pero le dio la vuelta y la tortura continuó. Lo que vino supuso ahondar en la pesadilla. «Me hicieron creer que mi hermano estaba en la celda de al lado y le estaban haciendo lo mismo. Creo que fue el momento en el que mi cabeza hizo clac». A ello se suma la violencia sexual: tocamientos, pellizcarle los pezones con un alicate o tener que masturbar a uno de sus torturadores.

«Me dijeron que en esos días desearía morir y recuerdo que ese momento llegó. Quería salir de allí y en ese deseo me pusieron una pistola en la mano. Apreté el gatillo pero no tenía balas. Ellos se rieron, yo hoy en día me alegro pero en ese momento deseaba morir», confesó emocionada. Todo ello en medio de la inacción del forense, ante el que acudía en presencia de la Guardia Civil.

Kristina Gete fue arrestada con 27 años, en 1998, también por la Guardia Civil, cuando vivía con sus padres. Solo la hora y el ver a la Guardia Civil le produjeron un escalofrío que todavía hoy recuerda. «Cuando me metieron en el ascensor empezó el infierno. ‘Estás en manos de la Guardia Civil de Intxaurrondo y ahora vas a saber lo que es bueno’, me dijeron».

El patrón se repite también en su caso: golpes, amenazas, empujones… hasta que llegó a Tres Cantos y siguieron con la tortura. «Todavía recuerdo el olor de aquel lugar, no puedo desprenderme de el», expresó. Estuvo los cinco días desnuda y oía gritos constantemente. «Me bajó la regla y me obligaron a vestirme, porque permanecía desnuda constantemente. Me llamaron cerda. También me violaron. Me amenazaron con quien era mi pareja y me recordaron lo que le pasó a Gurutze Iantzi, que si no declaraba lo que querían podía terminar como ella. Solo le dije al juez que quería ir a prisión cuanto antes, no soportaba la presencia masculina».

Romper complicidades

En el caso de Leire Gallastegi, arrestada en 2001, otra vez la Guardia Civil. Es el cuerpo policial sobre el que más casos de tortura pesan. Al principio fue trasladada a Intxaurrondo y después a Madrid. «Como decía Kristina, yo no era dueña de mi cuerpo. Yo no estaba ahí y creo que por eso pude hacer frente a la situación», indicó. Poco a poco se aprende a vivir con ello, es algo que las tras remarcaron. «El apoyo entre nosotras ha sido crucial», apostilló Gallastegi.

Azkarate también hizo hincapié en lo que la tortura ha supuesto en su vida: «En un primer año tras aquello no dejé que nadie me acariciara o tocara, me daba asco tocarme a mí misma, no he llegado a recuperar bien el sueño, determinados olores o ver a la Guardia Civil me produce pánico… pero sigo adelante. Solo pido una cosa: que reconozcan lo que han hecho. No los policías, todos los que han sido cómplices y han tenido responsabilidad política en esto».