Nagore BELASTEGI

RESCATANDO A MARIANITA, UNA MUJER CONDECORADA POR BUSCAR LA PAZ

Hija de padre y madre vascos exiliados, María Ana Bidegaray, uruguaya de nacionalidad pero también vasca de corazón, hizo lo posible por ayudar a quienes sufrían en tiempos de guerra. Fue condecorada por ello dos veces.

Con motivo del centenario de la finalización de la Primera Guerra Mundial, el año pasado el Parlamento uruguayo homenajeó a María Ana Bidegaray. Uruguay es históricamente un país de paz que no participó activamente en las guerras mundiales, pero de alguna manera se posicionó del lado de los aliados. Sin embargo, Bidegaray sí trabajó activamente en labores de humanización en ambas guerras, por lo que fue condecorada.

Arantzazu Ametzaga ha escrito una novela histórica basada en la figura de esta mujer, a la que llegó a conocer cuando era niña. Ella, y Xabier Irujo, su hijo y representante de la editorial Euskal Erria con sede en Montevideo, estuvieron en Donostia presentando el libro que lleva por título el nombre de su protagonista: “María Ana Bidegaray”. La publicación cuenta, des de los ojos de una mujer, la vida de los vascos que tuvieron que exiliarse y trabajaron desde la diáspora.

El aita de Marianita, Jean-Baptiste Bidegaray, era de Hazparne, carpintero, que cuando tenía 18 años decidió exiliarse porque prefería crear cunas para niños y mesas que acogieran celebraciones que, irse a África a matar gente a tiros obligado por Francia. Su ama, Ramona Salaverria, de Goizueta, hizo un camino parecido. Se conocieron en Montevideo y, tras quedarse embarazada Ramona, volvieron a Euskal Herria pues Jean-Baptiste se empeñó en que su hija naciera en la misma casa y la misma casa que él, en el caserío Argiñanea. Después regresaron a Uruguay, donde hicieron una fortuna y «Marianita se convirtió en una dama de alto copete». Su posición privilegiada no les impidió defender lo que creían justo y, como muchos vascos de la diáspora, recogieron dinero para el Gobierno Vasco, que estaba en el exilo, para que aunque fuera simbólicamente pudiera resistir.

Escribió cuatro libros, y uno de ellos fue “Cuna vasca”, donde escribió una biografía que podría ser la de cualquier vasco que emigró a América. «En el mismo hace referencia a la lengua, los bailes, la cultura, en definitiva, a todo lo que le hacía sentirse vasca a pesar de no haber vivido nunca en Euskal Herria», explicó Irujo.

«Mi hijo siempre me había oído contar que de chica conocí a Marianita. No solo fue la única poétisa que conocí, sino también la que me dedicó dos versos. Cuando me propusieron escribir este libro le dije que no podrían haberme dado una alegría más grande», expresó Arantzazu Ametzaga en la presentación. Contando anécdotas propias, pudo dibujar un escenario donde los exiliados vascos trataban de hacerse un hueco: «Hay una foto de cuando yo tenía ocho y nueve meses. Me vistieron de poxpolina y Marianita me puso el pañuelo, siempre lo recordaba. Me vistieron así para desfilar por la calle durante la Semana Vasca. Fue la primera gran manifestación vasca en América. La primera vez que la ikurriña salía a la calle junto a las banderas chilena, argentina y uruguaya», comentó.

Una mujer adelantada a su tiempo

Sus padres también se exiliaron durante la Guerra del 36, primero a Argentina, donde nació Ametzaga, y después a Uruguay, donde creció. «Al perder la Guerra Civil el vasco sintió que lo perdía todo, su identidad. Mis padres llegaron sin nada pero les abrieron las puertas y se integraron. En la Semana Vasca quisieron ser más que hijos de pastores. Eran poseedores de una lengua única en el mundo. Fue la primera manifestación en el ámbito reivindicativo y cultural», expresó, y saltando de un conflicto bélico a otro se centró en la figura de Marianita. «En la Primera Guerra Mundial ayudó a los que pasaban hambre en Bélgica, y en la Segunda Guerra Mundial hizo lo mismo con los niños de Iparralde que se quedaron sin padres. Su marido era un cónsul belga así que tenía más accesibilidad a contactos que los demás. No solo ayudaba económicamente. Las tareas de colaboración que llevaba a cabo suponían también tiempo para una mujer que tenía sus hijos pequeños, atendió muy bien a sus padres y hacía las tareas domesticas, además de llevar sus empresas», cuentan.

Su labor se centraba en la logística, la financiación de las redes y la conexión con la gente de la zona ocupada. Colaboraba con una red de espionaje desde Uruguay, poniéndose en contacto con agentes belgas. Así, enviaba alimentos enlatados como carne y lácteos. «Los vascos somos un pueblo que cuando trabajamos juntos somos ejemplares. Ella, como vasca, trabajó y es un ejemplo de que se puede ir por la vida haciendo paz y no guerra, que no trae más que sufrimiento y destrucción», manifestó la escritora.

Xabier Irujo considera que «sobre la historia de las mujeres vascas en la diáspora hay mucho que escribir», también sobre la propia Bidegaray pues todavía no han recuperado algunos documentos. En su opinión, «ella vivió de acuerdo a sus principios, se realizó como persona e hizo que quiso y como quiso». Su tío, hermano de Ametzaga, que se encontraba entre el público durante la presentación, también quiso hacer su aportación a la descripción de aquella mujer que conoció cuando era pequeño. Recuerda que en las pareces del pasillo de su casa había colgada imágenes de la cultura china, en lugar de platos o paisajes que era lo habitual en aquella época, y le contaba historias sobre el país asiático. «Era una mujer adelantada a su tiempo. Era espigada, refinada, culta y agradable. Provocaba escucharla porque hablaba bonito», aseguró. «Para mí era una feminista que no reclamaba, solo daba», culminó su hermana Arantzazu.