Joseba SALBADOR
DONOSTIA

El akelarre, la puerta de acceso de las sorgiñak al mundo de los muertos

Siempre se ha dicho que las sorgiñak eran sacerdotisas dotadas de poderes extraordinarios, lo que ha dado lugar a todo tipo de leyendas y creencias. El historiador Gorka Garmendia ha dedicado años de trabajo a investigar lo que había de cierto en ello y cree haber descubierto su secreto: eran las encargadas de cuidar del mundo de los vivos, y también el de los muertos, de ahí las ceremonias que realizaban junto a los túmulos o enterramientos prehistóricos.

Las investigaciones del amezketarra Gorka Garmendia Aizpurua se han llevado a cabo principalmente en el valle navarro de Araitz, ubicado en las faldas de la sierra de Aralar limítrofe con Gipuzkoa, y están basadas en el estudio de los archivos históricos sobre los procesos de brujería del siglo XVI, en la toponimia de la zona y, sobre todo, en la tradición oral transmitida generación tras generación.

Este trabajo ha visto la luz en el libro “BA, el equilibrio entre dos mundos”, publicado por la editorial Xibarit del fotógrafo tolosarra Joseba Urretabizkaia y que ya está a la venta en la librería Hontza de Donostia. Se presenta como una novela histórica, en la que se cuenta esta historia a través de la mirada subjetiva de sus protagonistas, y está ilustrada con fotografías de esos lugares sagrados.

Según la teoría de Gorka Garmendia, antes de las invasiones indoeuropeas, la sociedad vasca se regía por el matriarcado, y cuando las jóvenes llegaban a la edad adulta –14 o 15 años– recibían la propiedad de la casa familiar y la responsabilidad de cuidar del mundo de los vivos, pero también del mundo de los muertos, algo que se transmitía solo entre mujeres y donde no tenían cabida los hombres. De ahí su carácter secreto.

Fue precisamente esta circunstancia la que motivó la actuación de la Inquisición. Consecuencia de ello, en febrero de 1595 fueron arrestadas en el valle de Araitz 27 jóvenes y trasladadas a una cárcel de Iruñea, donde muchas de ellas fallecieron antes de llegar a Logroño.

Pero lo que realmente subyacía detrás de la brujería no era más que su conocimiento del mundo de los muertos, de un más allá al que accedían desplazándose a los prados que albergaban los túmulos o enterramientos prehistóricos. En el valle de Araitz, estas mujeres se reunían en Urrizola, en el municipio de Intza, para desplazarse seguidamente al campo de Akelarrea, en Alli (Larraun), y que los autores del estudio han localizado gracias al testimonio de algunos descendientes directos de las mujeres enjuiciadas.

Según explica Gorka Garmendia, «al desplazarnos al lugar hemos comprobado que, efectivamente, es un sitio sagrado, con restos de dólmenes y enterramientos desde el año 900 a.C. hasta el 3.500 a.C.».

Uno de los vestigios de esos rituales que han llegado hasta nuestros días puede ser el culto a los muertos que aún se realiza en iglesias como la de Amezketa, donde las mujeres se encargan de cuidar e iluminar las sepulturas de sus antepasados. «Solo las mujeres tenían derecho a hablar con los muertos, ellas eran las dueñas del mundo interior y las que podían pedir a los muertos que ayudaran a los vivos», señala Garmendia.

Nueva acepción de «akelarre»

Es precisamente en el proceso de brujería de Araitz de 1595 donde se menciona por primera vez el término Akelarre, tradicionalmente ligado a la presencia en las ceremonias de un macho cabrío o akerra. Pero Gorka Garmendia va más allá y, aunque reconoce que se sacrificaban animales para derramar su sangre «y dar fuerza a la madre tierra que iba a acoger a los muertos», sostiene que esa interpretación es una invención de la Inquisición y que el topónimo es anterior al siglo XVI.

Para explicarlo, Garmendia, que es especialista en lenguas desaparecidas, recurre al idioma que solo aquellas mujeres entendían. Según su explicación, el término procede de «ake» y «larrea», es decir, «el prado de los túmulos o espacio entre el mundo de los vivos y el de los muertos, ya que el sonido ‘a’ representa el mundo exterior, la ‘e’ el mundo interior y la ‘k’ el hueco o vacío que se crea bajo los túmulos, de la misma forma que kutxa o kupela representan espacios huecos». Continuando con esta teoría, el historiador sostiene que el sonido «ba» representa el equilibrio –«itsaso barea», mar en calma–, por lo que se podría deducir que es también el límite o puerta invisible entre el mundo de los vivos y el más allá».

No es casualidad, por otra parte, que el proceso de brujería se produjera tras la conquista de Nafarroa, legitimada por la bula del Papa Julio II al considerar herejes a los reyes navarros Juan de Albret y Catalina de Foix. Tal y como explica Gorka Garmendia, «las estructuras de poder castellanas, a medida que iban penetrando en las zonas montañosas, se encontraban con una sociedad en la que la mujer tenía mucho poder, además de hablar en un idioma que no entendían y de tener otra religión, lo que impedía dominarlas, por lo que las declararon herejes y las llevaron a la hoguera».