Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

El trayecto desértico

Ahora sí que sí... hasta que se demuestre lo contrario. Vince Gilligan, creador y conductor de “Breaking Bad” (una de las series más aclamadas de todos los tiempos), llegó al fin del trayecto. Lo hizo cambiando el formato de mediometraje (la duración estándar para los productos televisivos de prestigio) por el largo. Lo hizo también cambiando la disposición de factorías en las labores de producción.

O sea, que si antes la primera fila la ocupaba AMC, ahora lo hace Netflix, líder mundial indiscutible (hasta que se demuestre lo contrario, claro) en el cada vez más concurrido panorama del Video On Demand. “El Camino: A Breaking Bad Movie” son poco más de dos horas de metraje en las que se pretende atender a una de las grandes preguntas sin respuesta del universo Heisenberg. Porque todos sabemos cómo concluyó la línea argumental de Walter White, pero ¿qué fue de Jesse Pinkman?

El propio Vince Gilligan se encarga de la dirección y el guion de una película que, en prácticamente cada escena propuesta, se mantiene fiel a la fórmula original del éxito. Volvemos a la aridez de Nuevo México, y a esa narración marca de la casa, especialista en demostrar que el temple y la pausa no tienen por qué ser factores reñidos con el impacto, la contundencia... y por supuesto, con el entretenimiento. Así, se salva el primer (y principal obstáculo) con el que podía chocar la propuesta: llegar seis años después del estreno del último episodio.

Y es que el mundo de las series, por mucho que se vista de cine, es especialmente sensible a las modas del momento. Lo digo porque en 2019, nuestro cerebro está demasiado ocupado en otros centenares de productos audiovisuales como para que “Breaking Bad” nos importe realmente. Y aun así, las dos horas de duración de esta película pasan volando, merced a la sabia gestión de una tensión que, en realidad, es la herramienta empleada por Gilligan para incidir en unos personajes y escenarios que van mucho más allá de la condición de singularidad que nos sugieren sus apariencias.

“El Camino: A Breaking Bad Movie” se descubre así como un neo-western en el que lo trepidante parece haber sido filmado a cámara lenta. Siguiendo los siempre erráticos pasos de Jesse Pinkman, Vince Gilligan no solo da a Aaron Paul, su actor protagonista, una última oportunidad (aprovechada) para el lucimiento, sino que además consigue erigir un portentoso estudio sobre el principal combustible del que siempre se ha alimentado su ya legendario thriller sobre el narcotráfico.

En “El Camino: A Breaking Bad Movie”, la avaricia se encarna en un dinero que en algunas ocasiones adquiere las propiedades de los alimentos y que, en otras, parece perder todo su valor. Es la inflación a la que nos condena la miseria moral: a través de la acumulación (enfermiza) de billetes verdes, los coches sobre los que va montado el personaje central avanza por un desierto que en realidad tiene mucho más de páramo. Desde ahí mismo, Vince Gilligan se despide, muy dignamente, de su ópera magna... y de Robert Forster, ese actor legendario siempre en la sombra.