Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

Un planeta de horror

Pasó Sitges, y también la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donostia... y entre una fiesta y la otra, por supuesto, hubo tiempo para celebrar Halloween. El calendario nos dice que ya pasó el peligro, pero en realidad, este sigue acechando desde el lugar más peligroso: nuestro interior. Ahí mismo ha calado una sensación de terror que se resiste a desaparecer. Es uno de los más desagradables (y por esto gloriosos) efectos que cabe siempre esperar de este cine género. Porque una cosa es saltar de la butaca a base de sustos, o estar en tensión por la amenaza más o menos inminente de estos mismos, pero otra muy distinta (y por lo visto, mucho más difícil de conseguir) es la de llegar al final del visionado de una película... y aun así, estar embargado por este sentimiento que comentaba: el que nos dice que hay algo (no se sabe qué, exactamente) que está mal, y que de alguna manera conspira en nuestra contra.

Comento esto como carta de presentación a una plataforma de VOD cuya propuesta identitaria es, ya de por sí, una excelente noticia para todos los amantes de este cine inseparable del miedo. Planet Horror es un servicio que quiere darnos acceso a estos títulos que no todo el mundo se atreve a ver. Su catálogo de inicio se traduce, por lo menos, en una promesa ante la que es muy difícil no ilusionarse. Por ejemplo, ahí está la escalofriante ópera prima de Nicolas Pesce. “The Eyes of My Mother” es una pesadilla rodada en blanco y negro en la que, como decía antes, parece que el Mal se haya instalado en cada uno de sus rincones. Desde su arranque, el film nos sitúa en una especie de esfera onírica extremadamente oscura, donde todo lo que sucede responde a una lógica (si es que la podemos llamar así) alejadísima de cualquier atisbo de razón. En una granja en apariencia apacible, irrumpe de repente un factor externo que pone patas arriba la vida de una familia. A partir de ahí, el joven director neoyorquino invoca una serie de situaciones que no pueden ser comprendidas con frases bien estructuradas, sino con señales de alarma provenientes de nuestras entrañas. Son imágenes en un principio indescifrables, pero tan inquietantes (o directamente perturbadoras) que claramente están diseñadas para acompañarnos mientras nos quede algo de memoria. Esto para quien tenga estómago (o suficiente cordura) para enfrentarse a ellas, claro.

Moviéndonos aún en la liga del habitualmente estimulante cine indie, encontramos “Una manera horrible de morir”, cinta que puso en el radar al prometedor Adam Wingard. Se trata de una suerte de drama romántico trágicamente bañado en sangre. Una chica huye del trauma que supuso su anterior relación sentimental, pero claro, no sabe que a ciertos fantasmas nunca se les puede llegar a dar esquinazo. Con esto en mente, avanza una película desconcertante (en el buen sentido) tanto en la elección como en la gestión de los tonos empleados. Flota, por encima del terror evidente del que se nutre la historia, un regusto humorístico que lleva la negrura a niveles más que incómodos, y de paso, magnifica este pánico asfixiante y acosador al que me refería al principio.