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DONOSTIA

Chillida Leku muestra el trabajo del escultor en su búsqueda de la luz

La exposición «Buscando la luz», que lleva por nombre el título dado a varias de las creaciones de Eduardo Chillida, recuerda las sensaciones que obtuvo el escultor durante sus viajes a Grecia e Italia durante la década de los años 1960. Se trata de pequeñas piezas que podrá verse hasta junio en una de las salas del caserío Zabalaga. La luz fue una de las obsesiones y líneas principales de investigación del artista a lo largo de su trayectoria.

Eduardo Chillida viajó en 1963 a Grecia e Italia y descubrió la luz y la arquitectura como conceptos de investigación que acabó trasladando a su obra en esa década y las siguientes. Algunas de las piezas vinculadas a ese tema recurrente en su trayectoria se muestran ahora en el museo Chillida Leku de Hernani.

El centro inaugurará hoy el monográfico “Buscando la luz”, que se podrá visitar hasta el 1 de junio en una de las salas del caserío Zabalaga, que acoge las obras de menor tamaño. Esta nueva muestra coexistirá con “Ecos”, la retrospectiva que reúne más de 90 piezas del artista y que permanecerá abierta hasta abril, cuando el museo cederá su espacio por primera vez a la obra de otros artistas, en este caso a David Smith, uno de los grandes creadores del expresionismo abstracto americano.

La nueva exposición recoge 31 esculturas y 10 gravitaciones, que son un ejemplo además de la versatilidad de Chillida para manejar diferentes materiales, del papel, el alabastro y la porcelana al hierro, el acero y la tierra chamota.

El hijo del artista, Ignacio Chillida, es el comisario de la muestra, que toma su título de una de las series emblemáticas del autor, dos de cuyas esculturas, “Buscando la luz I” (1997) y “Buscando la luz III” (2000), se encuentran actualmente en el exterior del caserío, en las campas donde se exhiben las obras de gran tamaño.

Según Ignacio Chillida, su padre «buscó la luz durante toda su vida», incluso en los yesos figurativos que modeló en París en 1948, «impregnados de la cultura mediterránea», y que luego abandonó por sentirlos «excesivamente presentes», como también abandonó la carrera de Arquitectura antes de instalarse en la capital francesa. Con ese viaje a Grecia de 1963 recuperó su pasión por la luz y la arquitectura. Fue realmente el punto de partida para un periplo que iba más allá de lo físico, que se apoyaba en referencias de la antigua civilización y sus filósofos.

Luego se sucedieron otros viajes a Grecia, el último a islas Cícladas con su familia en 1998, cuatro años antes de morir, y con ellos alimentó parte de su actividad creativa hasta el final, hasta proyectos como el de la montaña de Tindaya, en Fuerteventura, que no llegó a realizar.

«Nosotros tenemos una luz negra y el Mediterráneo tiene una luz blanca y luminosa. Cuando vas a Grecia te quedas maravillado y te da la impresión de que Grecia ha nacido de la luz. Yo creo que es la luz física que hay en el Egeo o en el Peloponeso la que ha hecho al hombre griego descubrir otra luz, la luz de la crítica, la luz de la razón y otras serie de cosas», dijo el escultor al respecto.

Con esta cita, se inicia el recorrido por la exposición, que esconde entre sus gravitaciones de papel, esas pequeñas esculturas enmarcadas que cuelgan de hilos, una de las dos únicas que realizó en porcelana en toda su vida, que data de 1987. Pequeñas piezas de sus series “lurras”, “granito” y “óxidos”, que abarcan el periodo de 1977 a 1994, también pueden contemplarse en esta muestra.

Para esta exposición, se ha editado el segundo volumen de los coleccionables en pequeño formato que pueden adquirirse en Chillida Leku. El primero es un monográfico sobre “El peine del viento”, a cuyo proceso creativo se dedicó la anterior muestra en la misma sala.