Raimundo Fitero
DE REOJO

Succionador

Hasta aquí me arrastra la obsesión. No sé qué comprar para mis amigos y amigas invisibles a los que inconscientemente me he comprometido. Es una tortura admitida, un terror familiar, de cuadrilla, de compañeros de trabajo. No se me ocurre qué se pueden regalar en las juergas nocturnas los comisionados de la Cumbre del Clima, pero seguro que más de un succionador de clítoris habrá salido de un paquete entre risas y complicidades. No me cuesta demasiado visualizar un bar de hotel donde están alojados estos funcionarios. Podría incluso calcular las miles de paellas que se han consumido en estas dos semanas. Hasta es posible que me acerque bastante a los bocadillos de calamares. Si me apuran, hasta los litros de sangría. Bueno, eso es para los pardillos.&discReturn; Los de verdad beben vinos caros.

Llevo muchas semanas intentando hilvanar algo sobre el famoso succionador de clítoris tan promocionado por diversos platós. Me quedo unas décimas de segundo paralizado cuando oigo la palabra succionador. Clítoris me encanta, es un vocablo que siempre me ha parecido reparador. Un succionador de clítoris es una imagen rotunda. Las primeras veces que lo escuché, me aparecía repentinamente la imagen un varón entregado. Cuando descubrí que era un aparato a pilas, perdí el interés. Hasta que se ha convertido en un regalo recurrente. Ahora me parece que un magnífico tema sustitutorio de las mierdas políticas habituales en reuniones, cenas y amaneceres. Mi destino es ser succionador de cerebros. Tendré una gran competencia. Pero insistiré hasta la extenuación para hacerme un hueco en el vacío del pensamiento único. Una pista: la Catalunya con la que más me identifico en estos momentos históricos es la que representa Rosalía, que se ha convertido en la gran úlcera del fascismo español.