Igor Arroyo Leatxe
Secretario general adjunto de LAB
GAURKOA

2008-2020: el guión se repite... o no

En mayo del 2008 me incorporé como vocal de Nafarroa a la Ejecutiva de LAB. Apenas tres meses más tarde, la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers desencadenó una crisis mundial larvada durante años de especulación neoliberal. Inmediatamente comenzaron los despidos, los ERTE, los ERE. Los gobiernos olvidaron aquella cantinela de que el mercado se regula solo e intervinieron para salvar con dinero público, no a las personas, sino a los bancos. La factura la pasaron a la clase trabajadora en forma de recortes en el ya de por sí insuficiente sistema de protección social, con las nefastas consecuencias que la pandemia ha dejado al descubierto. El ámbito de los cuidados, nunca debidamente desarrollado, fue también recortado y precarizado, invisibilizado y reasignado a las mujeres. Y todo ello a golpe de decretos y leyes dictadas por los centros del poder global y aplicadas de forma centralizadora por los Estados que niegan a nuestro país y a nuestra clase trabajadora la capacidad de decidir sobre nuestras vidas.

Fueron tiempos difíciles para mucha gente. Recuerdo la sensación de zozobra de las personas que eran despedidas de un día para otro. Recuerdo los desahucios y especialmente uno, el de nuestra afiliada Miren Peña, detonante final de su prematura muerte. Pero también recuerdo aquella asamblea de delegados y delegadas, a los pocos meses de la quiebra de Lehman Brothers, con varias apasionadas intervenciones reclamando una huelga general. Recuerdo las mil y una movilizaciones realizadas durante los años siguientes, las acampadas, las marchas, los piquetes. Recuerdo aquella energía colectiva, aquel convencimiento de que era no solo necesario sino también posible cambiar las cosas. No cambiamos todas, ni mucho menos, pero sí algunas; el cambio de ciclo producido en Navarra, algo impensable poco antes de la crisis, es un ejemplo de ello.

A la crisis sistémica latente y agravada desde aquella época, se le ha sumado el impacto del covid-19. Los indicadores socioeconómicos resultantes recuerdan, y mucho, al contexto del 2008. Ya ha comenzado la presión para volver a recluir a las mujeres trabajadoras en sus casas, ahora también mediante el teletrabajo. Ya han comenzado los despidos de eventuales y los ERTE, que podrían derivar en ERE. Cuando aún se escuchan los aplausos de los balcones, ya hay quien ha comenzado a preparar el terreno para los recortes. Las élites afilan; afilan los cuchillos para dirimir qué negocios prevalecen sobre los demás y afilan las tijeras para recortar derechos a la mayoría trabajadora. Pareciera que se repite el guion del 2008.

Ahora bien, el contexto general es diferente: la previsible huida hacia adelante del sistema capitalista es cada vez más problemática (crisis ecológica, agotamiento de fuentes de energía y materiales, debilitamiento de los mecanismos de adhesión al sistema). Pero, sobre todo, lo que suceda dependerá de la correlación de fuerzas que se establezca tanto a escala global como en Euskal Herria, donde existe un amplio espacio de contrapoder sindical, social y político, como mostró la huelga general del 30 de enero. La pregunta es: ¿por dónde deberíamos avanzar?

En primer lugar, es un momento oportuno para actualizar y reafirmar la alternativa estratégica respecto al sistema capitalista, heteropatriarcal y ecocida. Frente a la retórica de la «reconstrucción» tras la «guerra» contra el virus, se trata de plantear con claridad, con ambición y sin dogmatismos la necesidad de transitar hacia otro marco económico, social y político que ponga la vida en el centro. De conjugar las aspiraciones de clase con la agenda feminista y la insoslayable transición hacia otro modelo de producción y de consumo. Se trata, en definitiva, de configurar un programa socioeconómico para una Euskal Herria soberana donde se reconozcan todos los derechos para todas las personas.

En segundo lugar, es clave identificar las principales batallas que debemos plantear. A las reivindicaciones del 30 de enero (pensión de 1.080, SMI de 1.200, freno a la precariedad, erradicación de toda brecha patriarcal) deberíamos incorporar los retos que la pandemia ha puesto en primer plano: creación de un sistema público-comunitario de cuidados; desarrollo de un sector público fuerte y un modelo fiscal que lo posibilite; dignificación de trabajos feminizados, considerados de segundo orden por el sistema pero calificados hipócritamente de esenciales durante la pandemia, como el comercio o la limpieza. Es necesario, igualmente, generar una dinámica contundente ante la amenaza patronal de destrucción masiva de puestos de trabajo; por la reducción de la jornada para que todas las personas tengan empleo y para que se repartan los trabajos de cuidados entre todas las personas. Y también habrá que dar respuesta, desde la filosofía de las «zaintza sareak» locales, a las necesidades más básicas de los sectores en riesgo de exclusión social, como son alimentación, energía o vivienda.

En tercer lugar, habrá que seguir tejiendo alianzas entre el ámbito sindical y el social, a nivel global (Carta de Derechos Sociales de Euskal Herria), a nivel local (plataformas o espacios de coordinación acordes a cada lugar) y también en luchas concretas, siguiendo el ejemplo de las huelgas feministas, de Huerta de Peralta, del Metal de Bizkaia, de las luchas del ámbito público. Respecto a la relación entre el ámbito sociosindical y el político, es deseable, desde la autonomía de cada ámbito, profundizar en una agenda social compartida que dispute tanto el marco de decisión de las políticas públicas como la orientación de dichas políticas; que reclame la soberanía para avanzar en el cambio social.

En definitiva, si acertamos a conjugar los ingredientes mencionados podremos disputar el guion que las élites nos querrán imponer; podremos hacer frente a los indudables riesgos que tenemos enfrente y aprovechar las también indudables oportunidades para aquellos y aquellas que aspiramos a un horizonte de emancipación. Pongámonos a ello.