Raimundo Fitero
DE REOJO

Siberia

Arde Siberia como expresión máxima de la caducidad de este mundo en el que se entiende que el derecho al descanso vacacional significa el derecho a ir a Punta Cana. O a Torrevieja. Porque lo de Laredo o Noja es consustancial a la categoría de vasco en tierra cercana, como sucede en Haro, que se confunde como casa madre en tránsito. Es preocupante el calor en nuestra plazas, el precio de la ración de carabineros en el chiringuito de la playa, pero que Siberia, si ese lugar allá en el norte, donde las imágenes que guardábamos en el recodo de los lugares extremos lleno de nieve y hielo, arda, forma parte del plan secreto de los humanos para eliminarse de la Tierra de manera irresponsable.

Desde que algún individuo de los homínidos rozó dos piedras y se hizo un llama, que en un principio se honró como a un dios, hasta que empezaron a darse cuenta de que servía para quitarle tensión a los cartílagos de las carnes del diplodocus y empezó una supuesta evolución que se fue acoplando con las catástrofes naturales, las tormentas, los meteoritos y los incendios que conformaron los distritos del planeta, el fuego ha sido siempre muy importante. 

Hoy los fuegos, los incendios en extensiones tan grandes como Amazonia, Siberia o los bosques australianos, nos coloca ante la catástrofe. Y parece más que evidente que esa sequedad siberiana que propicia la extensión de los incendios forma parte de los efectos del cambio climático, que, aunque lo parezca así por la incongruencia habitual, no es un problema de venta de ropa de temporada, es de supervivencia de la vida en nuestras ciudades actuales. Pongamos a Siberia como imagen de la destrucción, la combustión de esas tierras es un mal presagio para todos los optimismos, vacunas o planes de reconstrucción. Tenemos un mes más de verano. Que no crezca.