Amaia EREÑAGA
BILBO

La rica y misteriosa colección Valdés sale de su escondite

Félix Fernández-Valdés (Bilbo, 1895-1976) podría ser el protagonista de una novela negra: rico empresario con negocios en colonias, amasa una colección de 400 obras de grandes maestros, algunas con historias tan oscuras como el Goya que Franco quiso regalar a Hitler. Y las guarda, la mayoría, en su casa. Ahora están en el Bellas Artes.

Luce relajado en el retrato que su amigo Daniel Vázquez Díaz le hizo en los años 50. En una mano, un cigarro; en la otra, una txapela. Y detrás, un piano. Porque la música era una de sus pasiones; la otra, atesorar arte. Resulta hasta divertido que este retrato de Félix Fernández-Valdés, del que uno de sus nietos –concretamente Jaime Fernández-Valdés Zubiria– reconoce que «no le gustaba nada», sea el que reciba a los visitantes a “Obras maestras de la colección Valdés”, la exposición que se podrá ver hasta el 1 de febrero del año próximo en el Museo de Bellas Artes de Bilbo.

Contradicciones de la vida o reflejo de las múltiples aristas del personaje. Porque a don Félix, como llamaban a este empresario bilbaino, los silencios le acompañaban. A veces, mejor callar los tratos –por ejemplo, con Franco–, aunque dejándolos por escrito, por si acaso. Hijo único, heredero de un negocio de explotación agrícola en al Guinea española, recibió todas las posesiones de sus tíos Tomás Urquijo y Piedad Izagirre... incluido su primer cuadro. A cambio, terminaría las obras de los Salesianos de Deustu. De hecho, está allí enterrado.

Sigamos al dinero

Muy religioso –de los de rosario y misa diaria–, sin ser un entendido Félix amasó la mayor parte de su colección en tiempos tan convulsos como la posguerra: El Greco, Zurbarán y Regoyos son la parte del león de una lista en la que se encontraban Goya, Van Dyck, Rosales, Sorolla, Zuloaga o Deulanay. ¿Pero qué le empujaba: el deseo de dejar un legado? «No pensó en nada después de él», explica su nieto Jaime. Extraña en alguien tan religioso, aunque bien es verdad que colección se repartió entre sus siete hijos, una descendencia que sigue manteniendo la mitad de la propiedad de los cuadros.

Ahora, 79 de las cerca de las 400 obras que se calcula que atesoró se pueden ver restauradas en el Bellas Artes. Desde el siglo XIV al XX, se hace un espectacular recorrido por cinco siglos, presentados además de forma cronológica. Porque así es como los tenía colocados en su casa de Gran Vía 15. Las obras que le gustaban más las tenía en casa; las otras, en sus otras cosas o las de sus hijos. No se sabe muy bien qué pensar al ver las fotografías de aquella casa-museo. Dormía el matrimonio con “La Circuncisión”, de Valdés Leal” en el cabecero, rodeado de obras como, pongamos, el “Cristo en la cruz”, de Zurbarán. En una de las múltiples salas, presidía la estancia “La marquesa de Santa Cruz”, de Goya. «Me da la impresión de que no era afecto al régimen, aunque sí fue favorecido por él en sus negocios de Guinea. Fue un monárquico toda su vida», apunta Pilar Silva Maroto, antigua conservadora del Prado. El museo es el actual propietario del cuadro, el más famoso de la colección Valdés.

La historia es rocambolesca: Valdés se lo compró a un primo de Franco en 1947 por un millón y medio de pesetas. ¿Pero cómo llegó a manos del dictador? No es difícil pensar que se lo requisó a los herederos del conde Pie de Concha, hijo de los marqueses de Santa Cruz, los propietarios originales. Franco lo quería para regalárselo a Hitler, convencido de que el lauburu del arpa era una esvástica. La operación quedó en nada, y Franco le sacó unos cuartos. Valdés sí que lo pagó, pero cosas que pasan en las mejores familias, a mediados de los 80 el cuadro apareció de nuevo a la venta en Londres. Tras el pago de 880 millones de pesetas por el Gobierno, el arpa y el lauburu volvieron a Madrid. Y ahora, regresan a Bilbo.