Raimundo Fitero
DE REOJO

En estos días

Hay un día de muertos y un día de todos los santos. Hay un día de dolor, recuerdo y memoria que en nuestro entorno cultural lo tiene capitalizado y secuestrado la religión católica. Y la muerte está ahí para ser una celebración, una estación término o quizás una entrada en otra fase de la materia. La muerte es irremediable. Por eso, en estos días en los que conocemos la muerte de dos nonagenarios que han formado parte de nuestra educación sentimental, o al menos, de nuestra educción emocional y artística, es bueno adentrarse en el capítulo de las pérdidas desde una perspectiva de descubrimiento y no solamente de pena.

Un escocés independentista que interpretó al personaje de la literatura y el cine más británico, más emblemático, James Bond. El primer Bond, el que abrió la saga, creó la mitología, estableció el canon de hombre varonil, aventurero, con capacidad para enamorar a las mujeres más bellas, que ayudó a distinguir entre el Martini con vodka mezclado, no agitado, es decir, que creo el modelo de una masculinidad muy machista. Pues ese Sean Connery con una biografía cinematográfica impresionante, apareció hace unos años con su falda escocesa, contribuyendo al referéndum escocés a favor de la independencia.

Uno se imagina a este hombre magro, al que las pelucas le sentaban tan bien pero que cuando mostró su calva seguía siendo un icono masculino, escuchando al saxofón del navarro Pedro Iturralde, que se ha ido con la música de jazz a otra parte con noventa y tres años. Iturralde ha sido un referente, un pionero, tocó con los mejores de su época, compuso, formó parte de todos los circuitos internacionales de una música tan universal como específica, por su calidad. Uno de los más grandes, que siempre estaba, que tocó durante décadas con los más grandes.