Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
FERNANDO TRUEBA
CINEASTA

«Ser un hijo de puta representa un estado de inteligencia inferior»

Nacido en Madrid en 1955, es uno de los cineastas más reputados del Estado español. Autor de filmes como “Ópera Prima”, “El año de las luces”, “Belle Epoque” (Oscar a la mejor película extranjera) o “El artista y la modelo” (premio al mejor director en Zinemaldia), ahora estrena “El olvido que seremos”, una producción colombiana con la que clausuró el Festival de Donostia y ganó el Goya.

Fernando Trueba nos cita en el despacho que tiene en su domicilio. Allí, entre guiones de Billy Wilder y fotos con este y otros cineastas que le han marcado (Woody Allen o Rafael Azcona), nos habla de su último trabajo, donde adapta el libro de Héctor Abad Faciolince en el que este evoca la figura de su padre, el doctor Héctor Abad, médico comprometido con los derechos humanos asesinado por un comando paramilitar en el convulso Medellín de finales de los 80. Él describe su película como «la historia de una educación».

En cierto modo «El olvido que seremos» es un filme de encargo, ya que fue el autor de la novela el que le planteó adaptarla al cine. ¿Cómo fue el proceso?

Fue una propuesta, no un encargo. Para mí hacer cine por encargo es algo que no tiene sentido, porque cuando ruedas una película estás obligado a poner tu alma en lo que estás haciendo y eso lo convierte en un trabajo personal. En este caso, efectivamente, Héctor y Gonzalo, el productor de la película, me hicieron llegar su interés y yo les comenté que, aunque era un fan del libro, había mil razones que hacían inviable su adaptación. Para empezar es un libro que se basa en recuerdos, luego transcurre a lo largo de veinticinco años y, por último, yo soy de la opinión de que los libros buenos mejor no tocarlos. Les expuse todas estas razones y ellos lo entendieron. Aún así, al despedirnos me dijeron “¿no podrías releerlo a ver si en una segunda lectura le sacas la manera de poder adaptarlo?”. Yo me comprometí a hacerlo sin ninguna expectativa. Y cuando acabé seguía pensando lo mismo pero, a la vez, empecé a elucubrar sobre qué cambios precisaría el libro para convertirlo en guion, como el hecho de llevar la acción a dos momentos concretos, el de la infancia del autor y el de la muerte de su padre. Así fue cómo, casi sin querer, terminé por definir el proyecto.

 

¿Entre todos los temores que le hacían ver poco factible la adaptación, no estaba también el hecho de sumergirse en una realidad ajena?

No, eso no me preocupaba, ya que como dice el protagonista de la película “ningún problema es de los demás”. Es decir, ninguna realidad nos es ajena y menos en un mundo global como este. Antes de recibirte estaba aquí hablando por Zoom con mis amigos de Brasil sobre lo que está ocurriendo allí y lo siento como algo propio. Pero eso también lo podemos comprobar cuando vemos imágenes del asalto al capitolio por parte de trumpistas y las recibimos con inquietud y angustia.

 

De hecho, usted ha rodado casi todas sus películas lejos de casa. ¿Le motiva servirse de su oficio para tomar contacto con otras realidades?

En el fondo, rodar una película tiene algo de aventura. Hay un señor que dibuja un mapa de una isla lejana, que es el guionista, y luego hay otro señor que bota un barco, que es el productor, el cual elige a un capitán y a una tripulación para llegar hasta esa isla. Y ese viaje es la película, luego si encima al llegar allí encuentran el tesoro es que han hecho una película buena. Esa metáfora del viaje, en mi caso, es literal, porque me encanta que hacer películas me lleve a algún sitio. Si tuviera que rodar al lado de casa, tendría la sensación de estar yendo todos los días a la oficina. Yo veo las películas que hace mi hijo y cómo filma las calles en las que vive, y hay tanta belleza ahí que no puedo dejar de admirar su trabajo. Pero yo, cuando hago cine, necesito irme.

¿Diría que en su obra late una conciencia internacionalista?

Yo soy cosmopolita, siempre lo he sido. Considero que el mundo es nuestro en su totalidad, que no hay un cacho de unos y otro de otros. Cosas como esta pandemia o el calentamiento global te ponen firme en ese sentido. Si pensamos que son coyunturas que se pueden gestionar dentro de los límites de un determinado territorio, vamos mal.

 

¿Cómo encaja esa sensibilidad en un Estado con una deriva patriotera cada vez más fuerte?

Ese nacionalismo tan acentuado es una reacción de histeria frente a la inevitabilidad del cosmopolitismo. Al final se trata de coger cuatro cosas que te permitan montarte un invento cuya única finalidad es manipular a los de tu pueblo y hacer negocio a costa de los miedos de tus paisanos. El patrioterismo consiste en eso.

 

¿A usted cómo le afecto el boicot al que se enfrentó con el estreno de «La reina de España», tras haber declarado que nunca se había sentido español?

Me afectó tremendamente, me jodieron vivo y me hicieron mucho daño. Consiguieron lo que pretendían.

 

No sé si aquella experiencia fue determinante para el hartazgo que usted ha manifestado últimamente respecto de la política, al punto de preferir definir «El olvido que seremos» como un filme humanista antes que político.

No es que prefiera definirlo así, es que creo que lo es. Yo no he hecho un filme político al estilo de los de Francesco Rosi o Costa-Gavras. “El olvido que seremos” tiene un trasfondo social, político e histórico, eso por descontado, pero no deja de ser la historia de un padre y un hijo. Lo que cuenta la película es la historia de una educación, de un médico que busca educar a sus hijos en la libertad, en la alegría, en la ilustración y fuera de las convenciones.

 

En todo caso, Héctor Abad fue un político atípico, alguien cuyas acciones fueron más importantes que su discurso.

Es que él no fue un político, fue un médico que en un momento dado se dejó tentar por la política local, porque pensó que eso le permitiría llevar a la práctica algunas de sus ideas sobre sanidad e higiene pública que es la guerra en la que él estuvo toda su vida, luchando por el acceso al agua potable, a las vacunas, a la medicina preventiva… En este sentido, efectivamente, son sus acciones las que definen al personaje. En la época de Sócrates, ya se decía que un filósofo es el que vive como tal, es decir, aquel que ajusta su comportamiento a sus ideas. Y es justamente eso lo que confiere un valor ejemplar a Héctor Abad.

 

Antes ha citado a Costa-Gavras, quien en una entrevista reciente decía que el mundo no necesita de héroes sino de personas coherentes. ¿Está de acuerdo?

Completamente, de hecho yo tampoco concibo al protagonista de mi película como un héroe y hasta me enfado cuando alguien me lo comenta, porque me parece una tontería esa necesidad de construir héroes para cada momento alentada por los medios de comunicación. Se caen las torres gemelas y ahí están los bomberos convertidos en héroes, y ahora con la pandemia los nuevos héroes son los sanitarios. Pues no, son personas que se limitan a cumplir con su cometido y a hacer lo que su sentido del deber les dicta que tienen que hacer. Y si todos hiciésemos eso la sociedad funcionaría mejor. Y esto vale también para los que rodamos películas. Como decía Buñuel, hagas películas mejores o peores, lo importante es que no hagas ninguna de la que te puedas llegar a avergonzar.

 

La talla moral del protagonista de su película queda definida por su bonhomía pero, ¿enaltecer un perfil así en unos tiempos dominados por el cinismo no es ir a contracorriente?

Eso del cinismo no es de ahora. Yo desde que tengo uso de razón llevo escuchando eso de que “este tío es un hijo de puta, pero qué listo es” y, al revés “ese es muy buen tío, pero de puro bueno es tonto”. Cuando oyes eso, piensas: ¿Qué coño pasa aquí? ¿De qué vamos? ¿Nos merece más respeto el hijo de puta que nos roba que aquel que trabaja en beneficio de los demás? Para mí el ser un hijo de puta representa un estado de inteligencia inferior. Una inteligencia de verdad nunca practicaría el mal.

 

Esa admiración por la figura de Héctor Abad está guiada por la mirada de su hijo, quien, no obstante, según crece empieza a mirar con incomprensión esos esfuerzos de su padre por entregarse a los demás. ¿En ese desapego hay un cuestionamiento del legado?

Creo que todos, en algún momento, hemos crecido queriendo matar a nuestro padre como un acto de afirmación de nuestra propia personalidad, y la evolución del personaje de Héctor, el hijo, refleja un poco eso. Lo que pasa es que cuando tienes como padre a alguien tan maravilloso resulta más difícil romper con él. Es más sencillo cuando tienes un padre con una ideología contraria a la tuya, como nos pasó a muchos en nuestra época. Pero lo que más me interesaba era, como te decía antes, contar una educación. En este sentido, cuando terminé el rodaje me dio por pensar que curiosamente la película que determinó mi vocación de cineasta fue “El pequeño salvaje” de Truffaut, que es un filme que cuenta la historia de un médico que educa a un niño y, con esta película, sin haberlo pretendido, me encuentro como cerrando un círculo. A los cineastas nos pasa como a los escritores o a los músicos, que empiezas con unos modelos muy claros, queriendo escribir o tocar como otros, y con el paso de los años terminas por ser tú mismo porque te das cuenta de que no hay otro camino.

 

¿Cómo ha sido recibida la película en Colombia?

Iba a estrenarse la semana pasada pero han prorrogado el cierre de cines hasta principios de junio, pero sí que hemos hecho pases y los que la han visto nos han hecho llegar su emoción. La película les toca y genera una reacción muy fuerte, porque quien más quien menos ha vivido situaciones parecidas a las que se muestran en la película. Ahora mismo lo que hay en los colombianos es un deseo de paz muy acentuado, incluso en aquellos a los que les han matado a algún familiar, quizá en ellos más que en los demás. Con eso y con todo hay zonas del país donde la violencia paramilitar sigue estando muy presente y donde no llega ni la justicia ni el Estado ni nada.