Beñat Zaldua
Periodista
JO PUNTUA

Principio retributivo

Tarantino nos ha malacostumbrado a venganzas tan espectaculares como sangrientas, imaginario al que han contribuido macabras revanchas reales en las que el morbo mediático no tiene piedad ni pudor –hermanos Izquierdo in memoriam–. Pero la sabiduría popular sabe bien que no es así como opera generalmente este instinto primario.

Sabiéndose mezquina, la venganza acostumbra a buscar la sutileza. Dante escribió nada menos que la “Divina Comedia” para, entre otras cosas, vengarse del Papa. François Picaud, que inspiró el Conde de Montecristo de Dumas, meditó y ejecutó concienzudamente una gélida venganza durante diez años. Y sin abandonar del todo la literatura, un Estado cuenta con la prosa jurídica para hacer un traje a medida a su instinto de venganza, que por supuesto existe.

Por ejemplo, en vez de decir que el objetivo de la cárcel es el castigo puro, duro y vengativo, lo cual queda muy feo, un tribunal puede escribir que «el principio retributivo es de tanta importancia como el principio de resocialización». Cualquiera diría que hablamos de política fiscal, pero no, se trata de la defensa del castigo como fin último de la cárcel. La prisión queda así despojada de su supuesta –y nunca demostrada– función como vehículo de purga y reintegración, para emerger como objetivo en sí mismo. Y si la cárcel es el fin, la única motivación capaz de explicar el castigo no es sino la sed de venganza.

La están sufriendo –no solo, pero sí especialmente– una treintena de presos vascos que ven cómo las instancias de la Audiencia Nacional improvisan nuevos obstáculos cada vez que están a las puertas de un permiso o alguna mejora a la que tienen derecho legal. Se explica de forma esclarecedora en el último monográfico de Behatokia (Foro Social), de donde procede la referencia al principio retributivo, al que se apela para denegar algunas de las solicitudes. Si la ley colisiona con la sed de venganza, la segunda siempre encuentra su camino. No en vano, una cosa es la norma y otra sus intérpretes, que tienen en su mano el poder kafkiano de convertir el proceso en parte del castigo. Es decir, de la venganza.